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Bolivia rescata a Argentina del aislamiento regional

El renunciamiento de Añez no alcanza para evitar el triunfo de Arce, o sea Evo.

Para algarabía de los melancólicos progresistas de la Estudiantina de Puebla, el próximo 18 de octubre, por las elecciones en Bolivia, puede clausurarse el aislamiento regional de Alberto Fernández, El Poeta Impopular. En efecto, es altamente probable que se imponga, en la primera ronda, Luis Arce Catacora, del Movimiento al Socialismo, el MAS. Se trata de la fuerza política de Evo Morales, El Aymara, expresidente derrocado en 2019 por una “sugerencia de Estado”. Y exiliado en Argentina. Morales es uno de los referentes latinoamericanos que Fernández confiesa “extrañar”. Como a Lula, a Rafael Correa, o Pepe Mujica. O a la señora Michelle Bachelet (aunque lo destrate, con sus informes, a Maduro). La emotividad de Fernández fue expresada durante la penúltima Estudiantina. Diplomáticamente llamativa la capacidad de Fernández para quedar mal, con tantos estadistas vecinos, con una simple oración sentimental.

País literario

Morales gobernó la Bolivia plurinacional y literaria de Augusto Céspedes durante casi 14 años. Tuvo Morales mejor suerte que Gualberto Villarroel (ver “El presidente colgado”). Mantuvo firmes intenciones de permanencia. El afán excesivo por conservar el mandato (que se le había vencido) lo indujo a la fervorosa aventura de no entregarlo. Obsesión del clásico estadista latinoamericano que se resiste a la idea de preparar un sucesor. Hasta que transcurrió el “golpe de Estado”. Más sutil que un golpe, fue, en realidad, la compulsiva “sugerencia de estado”. Incitación a que las fuerzas armadas se hicieran cargo del Palacio del Quemado. Lo confiesa Luis Fernando Camacho, El Bolsonaro Cruceño. Nacionalista, de catolicismo fundamental, el “macho Camacho” acepta que quien “trató con los militares” fue su padre. Por suerte, no hizo falta que ningún general Banzer se apresurara para jurar. La señora Jeanine Añez se les anticipó. Audaz animadora de la televisión y vicepresidente segunda del senado, Jeanine consintió en sacrificarse por la patria para hacerse cargo de la transición. Hasta las nuevas elecciones. Y ya que estaba en el país literario de Néstor Taboada Terán, decidió participar. Pero su proyecto infortunadamente no crecía. Entonces Jeanine decidió bajarse del caballo de la postulación. Para favorecer, en la práctica, la apetencia protagónica del insistente Carlos Mesa, a través de la formación Comunidad Ciudadana. Una opción situada desde el centro hacia la derecha. Demasiado racional. Mesa también fue presidente de Bolivia. Entre 2003 y 2005. Debió retirarse entre las manifestaciones polvorientas que bajaban desde El Alto. Insiste Mesa ahora para evitar el regreso del populismo de Morales. Reencarnado en Luis Arce, exministro de Economía, acompañado de quien fuera el canciller, David Choquehuanca.

Camacho y el Chino (que es coreano)

El Bolsonaro viril de Santa Cruz de la Sierra pasa a ser la tercera fuerza. El “macho Camacho” se transformó en el animador de la campaña del país literario que produjo golpes estremecedores. Firme exponente del oriente boliviano, difícilmente Camacho se incline, en una eventual segunda vuelta, por un exponente de la Bolivia occidental. Como Mesa, que es oriundo de La Paz. Aunque se agite el terror al regreso del “argentinista” Morales, en ningún momento Camacho podrá imitar la decisión de Añez y bajarse. Tiene 40 años y puede esperar, crecer como futuro jefe de la oposición. Tampoco se va a bajar el otro insistente, Jorge Quiroga, el Tuto, al que el politólogo Jorge Richter denomina el “muerto insepulto”. Tuto Quiroga también presidió Bolivia y hoy es depositario de la fantástica historia del Movimiento Nacionalista Revolucionario. El MNR, tristemente declinante que produjera presidentes revolucionarios como Paz Estensoro, aquel Perón de Bolivia, o como Siles Suazo, o más aquí Sánchez de Losada (que traía en la mochila a Mesa). Otro mencionable de la lista cautivante de aspirantes presidenciales es el Chino Chi Hyun Chung. Que es, en realidad, coreano del sur. Un locuaz inagotable que predica el evangelio de la Iglesia Presbiteriana. Y se propone como un cruzado contra la “pestilente homosexualidad”. Pese a las condenas de los heroicos colectivos de “mariconas y maricones”. Seres de coraje que se atreven a manifestar su orientación sexual en la Bolivia literaria.

Arce como mal menor

En semejante cuadro, el esfuerzo moral de Jeanine de borrarse, “para no dividir las fuerzas republicanas”, pasa a ser patrióticamente insuficiente. Se extiende el pánico por la ostensible portación de deseo de venganza de los jerarcas del MAS. Los que fueron maltratados y humillados por los republicanos que creyeron, al desalojar a Evo, haber acabado (como los macristas) con el maldito populismo. Los republicanos se desesperan al comprobar que con Mesa no les alcanza para evitar el retorno del mal. Brotan las terribles acusaciones contra Morales. Por acoso y por pedofilia. Y tal vez por algo peor. Es ayudado por los argentinos. Acaso más orientados hacia la inteligente perversión, emergen también republicanos que movilizan otra ilusión. Indican que Arce, en el fondo, es “el mal menor”. Porque puede que Arce sea el nuevo líder que transforme al Aymara Morales en otro Rafael Ortega. Que Arce siga el ejemplo estético, y en efecto ético, de Lenin Moreno, el presidente de Ecuador que se encargó de sepultar a Correa, exjefe político. Apuesta, en definitiva, hacia la traición. Que se valora y siempre literariamente se elogia. Repetir, en Bolivia, el ejemplo de Ecuador y que Arce sea el encargado de ejecutarlo a Morales. O de asegurarle la continuidad del destierro. Es el mismo delirio de los republicanos decepcionados que se fascinan en la Argentina con la idea de que Alberto se emancipe de la Doctora y se dedique, de repente, a perseguirla. Fantasía que alimentan los pasionales que detestan a Morales. Con el mismo fervor que se detesta, en Argentina, a La Doctora.

Final de Robinson Crusoe

En diez meses de gestión, El Poeta Impopular intensifica la soledad política hasta convertirse en el Robinson Crusoe de la región. Oficialmente no visitó a ninguno de los presidentes vecinos. Tampoco fue visitado. Ni de Brasil, que dejó de ser el socio principal. Ni de Chile, Paraguay, ni siquiera Uruguay. Transcurrió apenas el desplazamiento hacia Méjico, en el rol del presidente electo. Para conversar con el único estadista hispanoamericano que se dispone a “cambiar el mundo”. López Obrador. Que no come vidrio. Fueron delirios del propio Fernández. Que sorprendieron al canciller Felipe Solá, Gran Cuadro del Felipismo, el peronista sensato que lo acompaña (como Sancho al Quijote). Sorprendido Solá porque López Obrador no quiso incinerarse, como el Quijote, en la causa perdida del BID. De frente, contra el gigante.


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