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Dejen que Alberto fracase en paz, como Mauricio


En Argentina -donde todo termina invariablemente mal- persiste la severa adicción al fracaso. Se asiste al doble juego de fracasos simultáneos. Primero, el fracaso del Tercer Gobierno Radical, que presidió Mauricio Macri, El Ángel Exterminador. La deriva concluyó hace una eternidad de nueve meses y diez días. El voluntarismo se estrelló sin estrépito. Con la paulatina mediocridad de los «focus groups». Con el apoyo moral y financiero de la máxima potencia que no termina de resolver la ecuación del poder y la brutalidad. Donald Trump, The Fire Dog, emerge como el cómplice del papelón de Macri. Puso 50 mil palos del FMI para la escenografía furtiva de una derrota. Segundo, el fracaso prematuro que precipita el Tercer Gobierno Doctorista, que preside Alberto Fernández, El Poeta Impopular.

“El que gana se jode”

Con astucia inapelable, en 2019 La Doctora diseñó el Frente de Todos, a los efectos de desalojar al sorprendido Ángel. Fue después de haber perdido, en las legislativas de 2017, con Esteban Bullrich, El Hijo Pródigo de Murphy. (En realidad La Doctora perdió con la señora gobernadora María Eugenia Vidal, La Chica de Flores de Girondo). Pero para la presidencial de 2019 La Doctora se avivó. Decidió captar al Randazzismo (sin Randazzo). Y al Frente Renovador de Sergio Massa, El Conductor. Para aromatizar el armado, adoptó también al peronismo inmanente que estaba huérfano. En banda. Completaba con las fuerzas de “la casa”. La (Agencia de Colocaciones) Cámpora, la única “orga”. Y con los buscapinas del Frepasito Tardío.

El diseño fue útil para ganar. Pero resultó ineficaz, para la tarea aburrida de gobernar el Estado (casi) Fallido. Y sin fe. Arrastraba una sumatoria interminable de conflictos. Toneladas de pobres. Síntesis. Al dar el paso al costado, dejar el sitio del “uno” para ocupar el “dos”, La Doctora generó el excelente producto electoral que derivó en una gestión deslucida. Como dictamina el pensador positivista Juan Carlos de Pablo. “El que gana, se jode”.

Menos por menos

De pronto la peste madre, universal, justificaba transitoriamente los colapsos. La peste contenía la totalidad de las culpas. Fue útil, en principio -la peste- para proyectar al Poeta Impopular como estadista. Se elevaba, en el aventón, también Horacio Rodríguez Larreta, Geniol. Menos suerte tuvo el tercer tenor. Axel Kicillof, El Gótico. Por portación de “provincia inviable”. “Se nos complicó la economía” -reflexionaba Alberto-. “Pero duermo tranquilo sin cargar con miles de muertos encima”. Sobremesas extendidas con la secta del “peronismo Socma” de la capital. Pero con seis meses de encierro compulsivo, ya con “miles de muertos encima”, El Tercer Gobierno Doctorista quedó prisionero en el laberinto del error. Desde los mondongos de Vicentín que Alberto se degrada conceptualmente. Por acumulación de palabras, se le extravía la credibilidad. La conspiración de los archivos exhibe, de pronto, una contundencia cruel. Lo transforma en un cotidiano “declarador a la carta”. Un conjunto de tomas, de cepos, decretos y manotazos signa un gobierno descontrolado que puede estrellarse. Pero la antesala del verano temible no habilita la reivindicación de los opositores macristas que ya se estrellaron. Menos por menos -en política- nunca da más.

Sacco y Vanzetti

La decepción colectiva con Alberto marca la candidez de los decepcionados. En general, para decepcionarse, es necesario en principio mostrar un poco de entusiasmo. O de ilusión. Aquí precisamente radica el error. La utopía de haber creído que Alberto era el instrumento idóneo para liberarse de La Doctora maligna. Ingenuidad triple. Suponer que La Doctora iba a designar al “randazzista” para que presida el país. Y que pronto se le emancipe. O la traicione. Como si Alberto fuera el Kirchner de 2003 que llegaba para repetir la hazaña. Y desembarazarse de La Doctora. Como si El Poeta fuera una copia infiel de Eduardo Duhalde, El Piloto de Tormentas (generadas). La tontería fue teóricamente estimulada por los columnistas distraídos que destacaban la “oportunidad histórica” de Alberto. Para liberarse de La Doctora, que los molestaba. Instalan la pregunta de cajón: ¿quién manda? ¿Alberto o…? Ella lo “avanza con su agenda”. Se lo “lleva puesto”. De ser el mesiánico salvador, Alberto pasa a ser poco más que una frustración. “No cumple con las expectativas”. El equívoco deja mensajes obvios para la sociedad blanca que sigue el ritmo incesante de la movilización. Como sensibles patriotas. Envueltos con la bandera nacional. No aceptan que La Doctora, con la maniobra matemáticamente política, les haya ganado. Lo que quieren simplemente es verla presa. “Dan la vida por Bruglia y por Bertuzzi”. Identificados con el problema laboral de los magistrados. Tratados como símbolos. Como si fueran Sacco y Vanzetti. Después de haberla aplastado en el asfalto del desprestigio, les cuesta aceptar que La Doctora iba pronto a decirles, con voz altiva, que la “había absuelto la historia”. Suponer que Alberto iba a hacerles el favor político de debilitarla fue el deseo más infantil de los agitadores de la sociedad blanca. Los decepcionados de Alberto se decepcionan, en el fondo, de sí mismos. Por las alucinantes tonterías que proyectaron. Significa confirmar que a Alberto no lo debilita la estrategia de La Doctora, que “asalta”, según Clarín, con su propia agenda. Lo debilita la ingenuidad de los críticos y opositores que aguardaban la ceremonia de la traición. Son los que no le permiten a Alberto fracasar en paz. Como a Mauricio. Justamente en la Argentina adicta. Donde todos tienen derecho a chocar la calesita del fracaso.

Final con sinceramiento

Se impone el sinceramiento político. Es a La Doctora a la que se vota y es a La Doctora a quien se la desprecia. Se la acusa. Se le teme. Es entonces precisamente La Doctora la que debe despejar las dudas. Aclarar. Para fortalecer al presidente que decidió colocarle la banda. Especificar, sin ir más lejos, cuál es el proyecto de país. ¿Piensa aún, como en 2007, en una superior calidad institucional? Inspirada en Alemania. Aclarar el delirio de los grandulones experimentados que expresan, con tono solemne, el pavor de “que nos lleven a repetir Venezuela”. A los escépticos que suponen conocer a La Doctora les cuesta encontrar una fervorosa revolucionaria, una dama ideológicamente alejada del capitalismo. Entre la incertidumbre, La Doctora puede poner un poco de claridad. Antes de las penumbras definitivas. O del «abismo», que señala luminosamente Don Joaquín.


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