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Socios para la decadencia colectiva

La Cámpora es otra vez la Agencia de Colocaciones, el macrismo se degrada y muestra el rostro trucho mientras Lavagna se sumerge en el fondo de olla del consenso.

1. Los muchachos de la Agencia

Proyecto privatizado de expresión juvenil, La Cámpora vuelve a ser la tradicional Agencia de Colocaciones. Pero sólo para los selectos miembros de la “orga”. Los pragmáticos van a los bifes. Por los puestos. Tocados por la varita mágica de la Red Link. De facto, sin haberle ganado a nadie, los muchachos de la Agencia se atribuyen una superioridad natural que la sociedad indiferente dista de reconocerles. Tampoco supieron conquistar la veneración del peronismo. Fenómeno maldito que se transformó en un dulce esbozo de ternura, que los nutre. Pero la fuente de poder de La Agencia es exclusivamente La Doctora. Agobiada por su situación límite, La Doctora no conduce a nadie. “Deja hacer a los chicos”. Para facilitar los saltos de garrocha, de los tantos que se alejan por no mojar la medialuna. O para la rencorosa disconformidad de los peronistas que no se atreven al salto ornamental. Aunque les abran ventanillas, desde otras formaciones. En otro momento histórico, los desplazamientos hubieran sido calificados de traición. Con el elemental desprecio ético y estupor estético, que merecía, incluso, la estampilla de un balazo.

Se asiste, en la práctica, al abuso extorsivo de las dos pasiones. El amor y el odio se complementan. Precisamente La Doctora despierta, entre sectores de la juventud, el amor. Es la pasión que demanda mayor rigor al comportamiento de los patrones de la Agencia. Desperdician ese amor con una propuesta mezquina, voraz y con ribetes autoritarios. Sin La Doctora, los muchachos de la Agencia estarían en condiciones de copar, a lo sumo, una sociedad de fomento. La Doctora es el estandarte. El mascarón. Sin capacidad para el armado, como en 2015, ni para la conducción. Absorbida por el dramatismo de su situación límite. Pero los muchachos de la Agencia aspiran a quedarse, si pueden, con el control de la provincia. Después del país. A partir del poder más regalado que delegado. Resulta transitoriamente eficaz para desanimar a los peronistas culturales, movilizados por el valor, en desuso, de la lealtad. La paradoja culmina con la suministración de moral para los garrocheros que nada quieren saber con la reiteración del autoritarismo anterior que los llevó a la derrota. Entonces la traición es algo más que una consecuencia. Una cuestión de honor, ejercitada en defensa propia. “Hay algo peor que la traición. El llano”, anticipaba, ya en los 90, el extinto filósofo Juan Carlos Mazzón, El Chueco. Otro pensador contemporáneo agrega: “El problema del peronismo no es la traición. Es más grave. Ya no hay a quién serle leal”.

2. El rostro trucho del macrismo

Socios para la decadencia colectiva. El Tercer Gobierno Radical merodeaba el borde de la degradación. Hasta que se introdujo. Para flotar en ella. Muestra “el rostro trucho del macrismo”. Para parafrasear a Ernesto Sábato (en 1956 Sábato creyó captar el “otro rostro”, el oculto, del peronismo). La proverbial aparición del senador Miguel Pichetto, Lepenito, rescata a los macristas de la sofocación de la nada. Aunque para sepultar en el ridículo a los exégetas de la nueva política. Los que avalaron el vil despojo, con el pretexto adolescente de la picardía. Es para un texto de Fray Mocho. O de Mateo Booz. Es la interpretación piadosamente presentable del rebaje moral con el fondo del Caso Espert. La desesperación supera, aquí, a la malicia. Así como a La Doctora le costó muy poco disolver la Alternativa Federal del Peronismo Perdonable, menos le costó a Lepenito perforar la creciente proyección de Espert, El Padrino Pelado de Milei.

Contó, para la hazaña, con el aval de Mauricio, El Ángel Exterminador. Espert creció con su sabiduría mediática, hábilmente explotada por Nazareno Etchepare, El Cacerolero. Se trata de uno de los fundamentales inventores del cacerolazo por red, que atormentó el eclipse inicial del cristinismo. Junto a Lucho Bugallo, El Prensero, que ahora es candidato a algo, en representación de la señora Carrió, La Demoledora.

“Una banca por cuatro años bien vale una semana de desprestigio”. Debió habérselo dicho el Paisano Alberto Assef. Un encantador sobreviviente de mil batallas que suele proyectarse desde su admirable partido de alquiler. Pudo elevarse con la garrocha a los 77 años hasta caer entre los brazos paternales de Lepenito. Otro garrochero de colección que estaba en la etapa de los méritos. El Paisano y Lepenito los dejaron a Espert y al colega Luis Rosales con la hegemonía de la victimización. Los posiciona positivamente para la próxima kermesse electoral. Y hasta los fortalece ante la sociedad necesitada de una derecha de verdad. No de fantasía, como la del TGR. Con liberales asumidos que se bancan el delirio del comercio y los mercados. Por su conocimiento en redes, Etchepare ya le puede ofrecer a Espert concentraciones conmovedoras.

3. Arrastrar la cruz del Ángel por la Tercera

Los muchachos de La Agencia de Colocaciones banalizan -dijimos- la magnitud política de La Doctora. Del mismo modo, desde el TGR, los socios vulgarizan la dimensión superior de María Eugenia, La Chica de Flores de Girondo, Sor Vidal. La línea política se transmite en la pobre oferta legislativa. Apenas se disimula con la identidad de Cristian Ritondo, El Potro. Cabeza de lista. Pero brota de inmediato la justificación de la agobiante “lucha contra la corrupción” («que mata»). O con la acentuación en una muerte espectacular que aún brinda frutos. Son réditos amargos que resultan útiles para profundizar la división. Aparte, se registra la maléfica jactancia por haber debilitado, hasta la inexistencia, a la llamada «línea política». A la oferta inspirada en la denuncia se le incorpora el aditivo de la brutalidad. Sor Vidal se merecía ampliamente una oferta superior. A la altura del sacrificio de arrastrar la insoportable cruz del Ángel, por la Tercera Sección Electoral.

4. La olla del Consenso

En el fondo de la olla del consenso se distingue la imagen de Roberto Lavagna, La Esfinge. Otro socio. Lo acompaña Juan Manuel Urtubey, El Bello Otero. No se explica la repentina adhesión de La Esfinge al primitivismo adolescente de la política testimonial. Como en la antigua Grecia, la edad y la experiencia se valoran solo cuando viene acompañada por la sabiduría. La versación le sobra a La Esfinge. Pero la fuerza del ego, sin el coaching de la conducción, produce estragos. Porque la egolatría excesiva, o sea la portación sana de superioridad, es tóxica. Debilita al sujeto que arrastra la versación. Se toma demasiado en serio. Sin la distancia conveniente. Tampoco termina de entenderse el desperdicio de Urtubey. Después de haberse destacado por ser el precandidato más coherente del Peronismo Perdonable, El Bello Otero naufraga en la fragilidad testimonial que sirve para habilitar una bolsa mínima de trabajo. Para alcanzar la gloria mensual de una banca, a lo sumo dos. Para mujeres espléndidamente formadas que distan de fascinarse con los espejitos de colores de la candidatura a la gobernación que nunca se va a ganar. Corresponde mejor cobrar con una diputación, al contado, como la cobra el Paisano Assef (influencias lejanas de don Vicente Saadi). En una cámara que es, a la democracia, lo que la cadena Mc Donald’s es a la gastronomía. Justifica asegurarse estar adentro. Bendecido por la Red Link. Incluido. Es el sentido público de la disputa entre la señora Margarita Stolbizer, la Vecina Intachable, y la señora Graciela Camaño, La del Cortito. Camaño se abrió de la Franja de Massa después de que Sergio, El Desconcertante Conductor, decidiera ser la frutilla de torta de la pastelería de la Agencia.

El espejito de colores lo compró finalmente un gran consumidor de cucardas sin trascendencia. Bucca, El Bali Bolivariano, que con mal asesoramiento busca posicionarse desde su pago chico. Bolívar. Ostenta, como máximo capital, el magnífico mérito de ser amigo del barrio de Marcelo Tinelli, El Rey del Amague. Tinelli es el estadista secreto que está bien acompañado en la sala de espera. Por el doctor Facundo Manes, Cisura de Rolando, que corre siempre por el borde de cal de la política, sin atreverse a entrar. Por reticencia, acaso, a ser socio. Y por la sobriedad del Presidente D’Onofrio, Gallardista de Colección. Bali Bucca, El Buen Bolivariano, es un excelente muchacho. Un «todo corazón» que supo comprarse hasta el espejito de Florencio Randazzo, El Loco. Randazzo es el socio que se quedó afuera de la decadente kermesse, aunque tiene, por suerte, la tristeza del buen pasar.


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