2001-2017. Similitudes y diferencias
Sobre “La importancia de ser senador”.
La similitud que alarma alude al desastroso estancamiento de la Economía. A favor de Fernando De la Rúa, presidente del Segundo Gobierno Radical, se contaba con un ministro de verdad, aunque ya declinaba. Y no con siete de escenografía, como Mauricio Macri, presidente del Tercer Gobierno Radical. Igual que Néstor Kirchner, presidente del Quinto Gobierno Peronista, Macri supone que sabe de Economía. No quiere superministros. Les desconfía. Consta que Domingo Cavallo, El Perro de Fuego (como Donald Trump) confiaba que, con su sola presencia e influencia, podía ser suficiente para contener la caída estrepitosa de la convertibilidad que había creado. Con el respaldo de Carlos Menem, Primer Presidente Peronista. Mientras tanto, el país crecía sólo como riesgo. Y a Cavallo le costaba asumir que la canalla del Fondo Monetario Internacional le había picado el boleto. Se disponía a brindar un castigo ejemplificador a la comunidad internacional. Le negaban el crédito a la Argentina y le soltaban -irresponsablemente- la mano.
La otra similitud es cronológica. La agenda aporta las elecciones legislativas de mediano término. En 2001, la provincia (inviable) de Buenos Aires también elegía senadores. Eduardo Duhalde, presidente (de transición) del Cuarto Gobierno Peronista, competía con el radical Raúl Alfonsín, presidente del Primer Gobierno Radical. Juntos, Duhalde y Alfonsín, muy pronto iban a demostrar que, en el país sepultado por crisis permanentes, ser senador es demasiado importante. Clave.
El “complejo de la Alianza”
También debe rescatarse el fenómeno transversal de la corrupción. Epidemia que irrita la sensibilidad del “gobierno que mantiene el complejo de la Alianza”. (Es interpretación televisiva del brillante analista calvo). Pero el caso de “las coimas en el senado”, intrascendente regulación institucional entre el Ejecutivo y el Legislativo, dista de compararse, en magnitud e intensidad, con las emanaciones tóxicas del volcán Odebrecht, con el tsunami de alcahuetes premiados. O con el espantosamente tratado litigio del Correo. Y con otros severos quioscos que motivan los modernos “conflictos de intereses”. Para la sinopsis basta con apuntar otra definitoria similitud. Los desposeídos del conurbano bonaerense. En 2017, se padece una situación de marginalidad infinitamente más grave que la de 2001. Con el antecedente de haber sido socialmente excitada por el kirchnerismo, que supo instalar las bases para la esfumada Revolución Imaginaria. La que suele evocarse, sin embargo, con lícita melancolía. Sobre todo después del Cambio, también Imaginario, que impulsa Cambiemos. El TGR del macrismo.
Pelota del déficit
Pese al fantasma de 2001, aún al acecho, las diferencias son notablemente sustanciales. Hoy Macri se encuentra mucho más fortalecido que aquel De la Rúa. Por fantástica impericia, el TGR promueve la dramática necesidad de ganar en el territorio polvoriento que suele cargarse el país a babucha, entre precipicios. Transformaron la elección, que debía ser un acto elemental, en una situación límite. Los macristas obstinados se aferran al relato que tratan de creerse. Para llevar a la práctica las reformas profundamente estructurales (que dictan los vibrantes exégetas del liberalismo), necesitan ganar en octubre. Para reducir la pelota del déficit que suele patearse, en Argentina, siempre para adelante. Con la parsimonia estética del tiro libre, como el que Macri ensayó para impresionar a los despreocupados chinos. O se patea hacia los costados, para hacer tiempo. Ajustar, justo en las vísperas del verano, es desaconsejable. Peor que una demencia, es un error. La furia de los desposeídos y castigados aún puede atenuarse por los planes placebos que distribuye la señora Carolina Stanley. En cambio, ya resulta improbable entretener a las capas medias que los vota, con la épica del relato sobre la herencia recibida.
Pero la historia, en nuestro tango, no “vuelve a repetirse”. Aunque persista el “mismo loco afán”. Así como los radicales llegaban a los puestos, en 1999, desde la centro-izquierda, en 2015 desembarcaban desde el centro-derecha. La dinámica del pragmatismo peronista la adoptaban finalmente los radicales. El entrecruzamiento era inevitable. Las maneras del Club Swinger se imponían, de pronto, para la política.
En 2017 la provincia es gobernada por la señora María Eugenia Vidal, La Chica de Flores de Girondo. El insumo primordial del TGR, enrolada en el bando del presidente. En 2001 se asistía a la cohabitación. El presidente radical De la Rúa sentía, en la nuca, la respiración ascendente del gobernador peronista Carlos Ruckauf.
Aparte Macri, por suerte, conserva la figura institucional del vicepresidente. La leal señora Gabriela Michetti, La Novicia Rebelde. Al pobre De la Rúa se le había quebrado muy pronto el Chacho Álvarez, que por entonces hegemonizaba el dilema moral y denunciaba las “manchas de sopa” de la corrupción. Es el sitial que exactamente ocupa hoy la señora Elisa Carrió, La Demoledora. Desde la levedad de la diputación enfática, en su condición de estrella excluyente de las emisiones televisivas. Con pasión auto-referencial, Carrió suele sacrificarse por la república y la humanidad. Emite denuncias espectaculares, que desacomodan al aliado. Su cautivo. Otro pobre presidente. Como dato de color, debe rescatarse que Carrió se precipitó para solidarizarse, con “el mismo loco afán”, con Álvarez. Fue cuando Chacho ofreció el último recital en el Hotel Castelar. Para improvisar la explicación de la inexplicable renuncia. El arrugue de barrera, máximo cachetazo para la olvidable historia.
La yarará en la cama
“Lo felicito, presidente, logró desprenderse de la yarará que tenía en la cama”. Lo escribió un cronista amigo de De la Rúa. Celebraba la liberación del moralista que se resistía al pragmatismo. Porque se había preparado, apenas, para la aprobación.
Aunque con frecuencia suele desubicarlo, dejarlo con pasmado rostro de distraído, Macri sabe que Carrió, con la barbarie ideal de la transparencia, le produce, hasta ahora, más beneficios que perjuicios. Le cuesta, según nuestras fuentes, soportarla. Pero cree que logra, al fin y al cabo, la utopía de contenerla. Aunque Carrió le marque el rumbo, lo acote, lo conduzca, le voltee amigos o familiares, lo haga quedar como un -digamos- distraído. Y Carrió pueda, en algún próximo arranque, reiterar el equivalente escénico de Chacho Álvarez. Otro Hotel Castelar, que perfectamente puede representarse en el estudio de TN.
Para completar la sinopsis, se reitera que el pobre De la Rúa luchaba contra el déficit de la política y de la economía. Macri no le encuentra la vuelta a la economía. Pero mientras tanto surfea gracias al viento de cola de la política (leer “El viento de La Mazorca”, www-jorgeasisdigital.com).
La Doctora, Presidente del Sexto Gobierno Peronista, es la única que tiene patente de corso para confrontarlo. Con errónea frivolidad, los macristas suponen que semejante confrontación los beneficia. Con la centralidad asegurada, en plena adversidad, La Doctora aún no blanquea su postulación para el senado. Como aquel Oscar Wilde con “La importancia de llamarse Ernesto”, nuestro Eduardo Duhalde, El Piloto de Tormentas (generadas), en 2001 supo brindar la superior lección académica. Sobre “La importancia de ser senador”. De estar adentro de la Honorable Cámara de Senadores. Como tantos prestigiosos patriotas de la planta permanente.
La similitud que alarma alude al desastroso estancamiento de la Economía. A favor de Fernando De la Rúa, presidente del Segundo Gobierno Radical, se contaba con un ministro de verdad, aunque ya declinaba. Y no con siete de escenografía, como Mauricio Macri, presidente del Tercer Gobierno Radical. Igual que Néstor Kirchner, presidente del Quinto Gobierno Peronista, Macri supone que sabe de Economía. No quiere superministros. Les desconfía. Consta que Domingo Cavallo, El Perro de Fuego (como Donald Trump) confiaba que, con su sola presencia e influencia, podía ser suficiente para contener la caída estrepitosa de la convertibilidad que había creado. Con el respaldo de Carlos Menem, Primer Presidente Peronista. Mientras tanto, el país crecía sólo como riesgo. Y a Cavallo le costaba asumir que la canalla del Fondo Monetario Internacional le había picado el boleto. Se disponía a brindar un castigo ejemplificador a la comunidad internacional. Le negaban el crédito a la Argentina y le soltaban -irresponsablemente- la mano.
La otra similitud es cronológica. La agenda aporta las elecciones legislativas de mediano término. En 2001, la provincia (inviable) de Buenos Aires también elegía senadores. Eduardo Duhalde, presidente (de transición) del Cuarto Gobierno Peronista, competía con el radical Raúl Alfonsín, presidente del Primer Gobierno Radical. Juntos, Duhalde y Alfonsín, muy pronto iban a demostrar que, en el país sepultado por crisis permanentes, ser senador es demasiado importante. Clave.
El “complejo de la Alianza”
También debe rescatarse el fenómeno transversal de la corrupción. Epidemia que irrita la sensibilidad del “gobierno que mantiene el complejo de la Alianza”. (Es interpretación televisiva del brillante analista calvo). Pero el caso de “las coimas en el senado”, intrascendente regulación institucional entre el Ejecutivo y el Legislativo, dista de compararse, en magnitud e intensidad, con las emanaciones tóxicas del volcán Odebrecht, con el tsunami de alcahuetes premiados. O con el espantosamente tratado litigio del Correo. Y con otros severos quioscos que motivan los modernos “conflictos de intereses”. Para la sinopsis basta con apuntar otra definitoria similitud. Los desposeídos del conurbano bonaerense. En 2017, se padece una situación de marginalidad infinitamente más grave que la de 2001. Con el antecedente de haber sido socialmente excitada por el kirchnerismo, que supo instalar las bases para la esfumada Revolución Imaginaria. La que suele evocarse, sin embargo, con lícita melancolía. Sobre todo después del Cambio, también Imaginario, que impulsa Cambiemos. El TGR del macrismo.
Pelota del déficit
Pese al fantasma de 2001, aún al acecho, las diferencias son notablemente sustanciales. Hoy Macri se encuentra mucho más fortalecido que aquel De la Rúa. Por fantástica impericia, el TGR promueve la dramática necesidad de ganar en el territorio polvoriento que suele cargarse el país a babucha, entre precipicios. Transformaron la elección, que debía ser un acto elemental, en una situación límite. Los macristas obstinados se aferran al relato que tratan de creerse. Para llevar a la práctica las reformas profundamente estructurales (que dictan los vibrantes exégetas del liberalismo), necesitan ganar en octubre. Para reducir la pelota del déficit que suele patearse, en Argentina, siempre para adelante. Con la parsimonia estética del tiro libre, como el que Macri ensayó para impresionar a los despreocupados chinos. O se patea hacia los costados, para hacer tiempo. Ajustar, justo en las vísperas del verano, es desaconsejable. Peor que una demencia, es un error. La furia de los desposeídos y castigados aún puede atenuarse por los planes placebos que distribuye la señora Carolina Stanley. En cambio, ya resulta improbable entretener a las capas medias que los vota, con la épica del relato sobre la herencia recibida.
Pero la historia, en nuestro tango, no “vuelve a repetirse”. Aunque persista el “mismo loco afán”. Así como los radicales llegaban a los puestos, en 1999, desde la centro-izquierda, en 2015 desembarcaban desde el centro-derecha. La dinámica del pragmatismo peronista la adoptaban finalmente los radicales. El entrecruzamiento era inevitable. Las maneras del Club Swinger se imponían, de pronto, para la política.
En 2017 la provincia es gobernada por la señora María Eugenia Vidal, La Chica de Flores de Girondo. El insumo primordial del TGR, enrolada en el bando del presidente. En 2001 se asistía a la cohabitación. El presidente radical De la Rúa sentía, en la nuca, la respiración ascendente del gobernador peronista Carlos Ruckauf.
Aparte Macri, por suerte, conserva la figura institucional del vicepresidente. La leal señora Gabriela Michetti, La Novicia Rebelde. Al pobre De la Rúa se le había quebrado muy pronto el Chacho Álvarez, que por entonces hegemonizaba el dilema moral y denunciaba las “manchas de sopa” de la corrupción. Es el sitial que exactamente ocupa hoy la señora Elisa Carrió, La Demoledora. Desde la levedad de la diputación enfática, en su condición de estrella excluyente de las emisiones televisivas. Con pasión auto-referencial, Carrió suele sacrificarse por la república y la humanidad. Emite denuncias espectaculares, que desacomodan al aliado. Su cautivo. Otro pobre presidente. Como dato de color, debe rescatarse que Carrió se precipitó para solidarizarse, con “el mismo loco afán”, con Álvarez. Fue cuando Chacho ofreció el último recital en el Hotel Castelar. Para improvisar la explicación de la inexplicable renuncia. El arrugue de barrera, máximo cachetazo para la olvidable historia.
La yarará en la cama
“Lo felicito, presidente, logró desprenderse de la yarará que tenía en la cama”. Lo escribió un cronista amigo de De la Rúa. Celebraba la liberación del moralista que se resistía al pragmatismo. Porque se había preparado, apenas, para la aprobación.
Aunque con frecuencia suele desubicarlo, dejarlo con pasmado rostro de distraído, Macri sabe que Carrió, con la barbarie ideal de la transparencia, le produce, hasta ahora, más beneficios que perjuicios. Le cuesta, según nuestras fuentes, soportarla. Pero cree que logra, al fin y al cabo, la utopía de contenerla. Aunque Carrió le marque el rumbo, lo acote, lo conduzca, le voltee amigos o familiares, lo haga quedar como un -digamos- distraído. Y Carrió pueda, en algún próximo arranque, reiterar el equivalente escénico de Chacho Álvarez. Otro Hotel Castelar, que perfectamente puede representarse en el estudio de TN.
Para completar la sinopsis, se reitera que el pobre De la Rúa luchaba contra el déficit de la política y de la economía. Macri no le encuentra la vuelta a la economía. Pero mientras tanto surfea gracias al viento de cola de la política (leer “El viento de La Mazorca”, www-jorgeasisdigital.com).
La Doctora, Presidente del Sexto Gobierno Peronista, es la única que tiene patente de corso para confrontarlo. Con errónea frivolidad, los macristas suponen que semejante confrontación los beneficia. Con la centralidad asegurada, en plena adversidad, La Doctora aún no blanquea su postulación para el senado. Como aquel Oscar Wilde con “La importancia de llamarse Ernesto”, nuestro Eduardo Duhalde, El Piloto de Tormentas (generadas), en 2001 supo brindar la superior lección académica. Sobre “La importancia de ser senador”. De estar adentro de la Honorable Cámara de Senadores. Como tantos prestigiosos patriotas de la planta permanente.