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Trump presidente

A los populismos los carga el diablo. Todos comienzan con esperanza y terminan en estallidos autoritarios que asfixian las libertades.

A esta hora exactamente corre frío por la espalda del planeta tierra. A esta hora el mundo sufre los remezones de un terremoto norteamericano llamado Donald Trump. Se consagró presidente con una victoria contundente.

Se cayó el sistema, me dijo un amigo mezclando el lenguaje ideológico y la tecnología. Colapsaron los sitios para sacar la visa para huir a Canadá. Los mercados se cayeron a pedazos. La sociedad de Estados Unidos sufre una grieta más profunda que la que produjo Cristina Kirchner. Todo está bajo sospecha y el piso se abre debajo de los pies de la clase dirigente. El triunfo de Trump interpela y pone bajo la lupa a todos los que usan y abusan de la política para enriquecerse y traicionar al electorado. Es el fin de esa mala costumbre de muchos partidos tradicionales de llegar al poder y olvidarse del pueblo. Hay un hartazgo generalizado que castiga en todo el mundo a los burócratas que no quieren terminar con las inequidades y que solo les interesa llegar para empacharse de poder y dinero. Los salvajes populismos que crecen en muchos países se han convertido en falsos chalecos salvavidas en medio de una tormenta de desocupación, odio, droga y delito que asusta a mucha gente. En este caso, más de 57 millones de ciudadanos votaron por esta suerte de suicidio colectivo. Porque ese señor gobernará Estados Unidos y no Trumpalandia y tendrá el botón nuclear al alcance de su mano. Será el comandante en jefe de la potencia militar más poderosa de todos los tiempos.

A los populismos los carga el diablo. Todos comienzan con esperanza y terminan en estallidos autoritarios que asfixian las libertades. Muchas veces se convierten en remedios que son peores que las enfermedades. Ojalá me equivoque pero si un presidente recibe la primera felicitación de la familia Le Pen y es apoyado por los nazis del Klu Klux Klan y Vladimir Putin, es realmente un peligro fascista.

La presunta comedia del magnate de pelo anaranjado es una tragedia nacional. ¿Se imaginan a este demagogo ignorante con el poder de decidir sobre una guerra?

Algunas de sus definiciones dan vergüenza ajena por su frivolidad y patoterismo. Dijo que los norteamericanos no tienen trabajo porque se lo quitaron los chinos y los mexicanos. Que China inventó la mentira del “cambio climático” para sacarse de encima la competencia comercial. Sobre México descarga sus peores xenofobias y odios raciales. Propuso construir un muro de 3.200 km en la frontera que debería ser pagado por los mexicanos para que sus compatriotas no entren a Estados Unidos ya que son “corruptos, delincuentes y violadores”. La NBC, Macy’s y Univisión entre otras empresas cortaron relaciones comerciales con Trump. Y el Papa Francisco opinó que el que construye muros, no es cristiano, aunque luego relativizó sus palabras porque no quiso tener una injerencia tan directa en las elecciones. De todos modos, Trump no profesa la religión católica. Es protestante presbiteriano.

No tiene problemas en expresar su discriminación feroz hacia los musulmanes, los negros, las mujeres y los homosexuales.

Es la expresión más acabada del populismo ultraderechista de un sector del pueblo norteamericano que está desilusionado del sistema político y por eso recurre a alguien que patea el tablero y provoca.

Es la reacción nefasta frente a un modelo que no termina de satisfacer a los habitantes. Es una rebelión ante las mentiras, la corrupción y la falta de soluciones de los partidos y los candidatos tradicionales.

Pero con esa explicación no alcanza. Algo más profundo está ocurriendo en las entrañas de la sociedad y en el mundo. No hay como explicar que los evangélicos del sur que son tan conservadores voten a alguien como Trump que tiene dos divorcios y es dueño de casinos. ¿Qué está pasando que latinos que fueron indocumentados hasta hace media hora apoyen el liderazgo de alguien que propone mandarlos de vuelta a sus países? ¿Existe el voto sadomasoquista? ¿Hay un individualismo egoísta que repudia a sus propios compatriotas que no se atreve a decir lo que piensa pero que lo expresa en el voto? ¿Existe alguna variante del Síndrome de Estocolmo que es la locura de enamorarse de su propio torturador?

Trump es un dinosaurio que llegó a decir que donaría 5 millones de dólares a una entidad caritativa si Barack Obama mostraba su certificado de nacimiento. Obama lo mostró y Trump tuvo que ponerse. Era la época en que decían que Obama era un negro marxista pro musulmán que ni siquiera era norteamericano”.

Los sectores más retrógrados del pueblo norteamericano tienen un nuevo ídolo. Ya su padre, había sido sancionado por no querer alquilarle departamentos a los negros. La legendaria revista Time publicó una foto en su tapa de un primerísimo plano de los ojos celestes y helados de Trump. Sobreimpreso aparecían 5 casilleros para llenar con un tilde. Los cuatro primeros estaban tildados, los que decían matón, showman, aguafiestas y demagogo. Quedaba todavía en blanco el casillero que decía: “presidente número 45 de los Estados Unidos”. Esta madrugada, ese casillero recibió su tilde.

Los debates ridículos tipo reality show le hicieron llegar a decir a Trump que tenía las manos grandes igual que su pene porque un rival electoral había dicho que sus manos chicas eran una confirmación de que tenía otros órganos de tamaño reducido: todos hablaron del pene pero en realidad, tal vez se hablaba del cerebro. Por sus comportamiento, ese órgano, si parece del tamaño de una cereza.

La revista Forbes publicó su habitual lista de millonarios y Trump se enojó. Dijo que le habían puesto que su fortuna ascendía a los 4.500 millones de dólares y que él tenía el doble de esa cifra. Trump es un experto en el arte de vender. Un capo del engaña pichanga. Así levantó su imperio. Y después publicó libros de autoayuda bien norteamericanos que daban la receta de cómo hacerse rico.

Muchos artistas, no solamente latinos, salieron con fuerza al cruce de este nefasto personaje. Desde George Clooney hasta Salma Hayek, pasando por Kevin Spacey , Thalía, Gloria Stefan, Carlos Santana y Carlos Vives. Muchos combatieron a Trump en favor de la libertad y la convivencia pero también en defensa propia.

Los mexicanos de Maná directamente fueron militantes. Su cantante Fer Olvera dijo que repudiaba todos los populismos autoritarios de derecha e izquierda. Que no quiere caudillos violentos como Hugo Chávez ni como Donald Trump al que definió como un hombre ignorante, farandulero y dañino para toda la humanidad. Y sin pelos en la lengua dijo que cagó a todos los mexicanos y a todos los latinos. Expresó su apoyo a Hillary Clinton y a los derechos humanos y la libertad de expresión y en contra de todo tipo de discriminación. No alcanzó para que Hillary ganara pero fue como Maná que cayó del cielo. Sobre todo cuando en su canción se juega y dice:

“Jamás me daré por vencido contra todo que sea nocivo si no vives por algo, la vida no tiene sentido. Violencia, racismo, blasfemia, nihilismo el mundo está confundido. Jamás me daré por vencido te lo juro mientras siga vivo mi dignidad es mi única arma contra el enemigo”.

Con ese mundo utópico sueño. Un planeta sin fascistas ni de derecha ni de izquierda. Con hombres que quieran construir una sociedad más igualitaria en el altar de la libertad más absoluta. Ni Chávez ni Trump. Ni Stalin ni Hitler. Como dice Maná: te lo juro, mientras siga vivo, mi dignidad es mi única arma contra el enemigo.

Esa dignidad, esta madrugada, perdió una batalla pero no la guerra. Creo que en eso creo


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