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La epopeya del rescate de los 33 mineros chilenos

Hace ya seis años, en agosto de 2010, el mundo quedó conmovido cuando un papel escrito en tinta roja salía de las profundidades de la mina San José y anunciaba: “Estamos bien en el refugio los 33”. En aquella oportunidad escribí un breve comentario en El Tribuno titulado “El único milagro es la técnica”, donde señalaba que a los mineros los iba a salvar la ciencia y la técnica, y no las oraciones, cosa que al final ocurrió.

El hombre que estuvo desde el primer día al frente de los esfuerzos rescatistas fue el Ing. Miguel Fortt Zanoni, con un amplio curriculum en la actividad minera y además rescatista voluntario. El día del salvamento final allí estaba él, junto al presidente Sebastián Piñera y 1400 millones de televidentes de todo el mundo que seguían paso a paso las alternativas de sacar a esos hombres desde las profundidades donde permanecieron 69 días.

En las condiciones más adversas de temperatura y humedad, lo que dio lugar a que se fabricaran prendas especiales en Corea y Japón. Y a que la NASA enviara a sus técnicos para aplicar protocolos inversos a los que ellos disponían de recuperar hombres del espacio. Lo cierto es que el 22 y 23 de agosto de 2016, tuve la suerte y el honor de ser invitado por la Asociación de Periodistas de La Rioja (ATRAMED), a disertar sobre minería junto al Ing. Miguel Fortt. Allí pude conocer de primera mano y, gracias a largas charlas, muchos de los detalles que acompañaron al famoso rescate. Incluso temas que ignoraba completamente a pesar de haber seguido los acontecimientos de aquel momento, donde El Tribuno de Salta envío un equipo de periodistas a cubrir el evento bajo la dirección del experimentado Juan Antonio Abarzúa.

Periodistas que compartieron con otros reporteros y locutores de 200 canales y medios internacionales, instalados en el Campamento Esperanza y transmitiendo en directo a sus países y al mundo. Luego del derrumbe, donde cedió un bloque rocoso de 800 mil toneladas que se asentó y cerró las salidas, la primera cuestión estaba en saber si los mineros habían sobrevivido. Era algo que se ignoraba pero había que chequearlo.

Para los más pesimistas lo mejor era, y así lo hicieron saber, una ceremonia de extremaunción y 33 cruces en el cerro. Fortt, junto a un joven ingeniero geomecánico peruano, decidieron a puro coraje bajar a las profundidades para ver el escenario in situ. Allí Fortt observó que el aire frío del desierto descendía pero no se quedaba abajo ya que por una chimenea su mano sintió que salía aire tibio. Esto demostraba según la física de fluidos que el aire estaba circulando y ello significaba actividad, o sea vida.

Salió y propuso que se comenzara un intensivo programa de múltiples sondeos, tanto de diamantina como de aire reverso, para tratar de dar con el refugio donde se sospechaba pudieron haberse guarecido los obreros siniestrados.

Los geólogos aportaron los mapas básicos de rocas, estructuras y labores subterráneas. Finalmente se dio con el refugio y se comprobó que estaban vivos. Ahora venía lo difícil: había que sacarlos de casi 700 m de profundidad.

Para ello se idearon varios planes y finalmente se aplicó el de hacer una perforación de gran diámetro (60 cm), con una mega perforadora, para que pudiera bajar una cápsula del tamaño de una persona.

En el mientras tanto, se comenzó a preparar un plan de dietas y medicinas (entre ellas se siguió una recomendación de la NASA de agregar más vitamina D), ejercicios para los que estaban algo obsesos, todo monitoreado con cámaras especiales desde la superficie. Se utilizaba “la paloma”, un artificio bautizado así por ser la paloma mensajera que llevaba y traía información desde el fondo de la mina.

Un domingo se les pidió a las esposas de los mineros que prepararan empanadas cilíndricas para que entraran en el tubo. Luego que las empanadas llegaron a destino no faltó el minero que preguntó cuándo llegaba ¡el vino!

Otra anécdota llamativa es que cinco de los mineros se salvaron minutos antes del derrumbe porque al salir de la mina en una camioneta, por la rampa principal, se toparon con una mariposa que se apoyó en el parabrisas. La extrañeza del fenómeno (¿qué hace una mariposa a 700 m de profundidad?) los hizo frenar para observarla y justo delante de ellos colapsó el interior de la montaña. Algunos minutos más y hubiesen quedado prensados y aplastados para siempre.

Este hecho insólito, que algunos atribuyeron a un milagro, estuvo relacionado con una floración del desierto que dio nacimiento a esa mariposa, la cual desorientada bajó por la rampa hacia las profundidades. Luego de 69 días enterrados vivos, los mineros comenzaron a emerger a la superficie.

Lo hicieron en la cápsula “Fénix 2”, que estaba dotada de oxígeno, un sistema de escape por la parte inferior en caso de quedar atascada, equipamiento de astronautas con sensores biométricos, lentes especiales para el golpe de luz exterior, ropa interior con fibras de cobre que actuaba como germicida, buzos “dry fit” térmicos, vendajes para prevenir trombosis, casco con sistema de comunicaciones incorporado y otras maravillas de la tecnología moderna.

Entre ellas el cable de acero que sostenía a la cápsula Fénix que fue provisto por Alemania y que no era trenzado sino tejido para evitar el efecto de spin, esto es de giro aleatorio.

La maniobra de rescate se llamó “Operación San Lorenzo”, en honor al santo patrono de los mineros chilenos. Atrás quedaron las anécdotas como la del millonario y filántropo minero Leonardo Farkas quién llegó a la mina con una valija llena de billetes y le regaló un fajo de 10 mil dólares a cada una de las familias de los 33 mineros atrapados; uno de ellos de nacionalidad boliviana.

Rápido de reflejos el CEO de Apple, Steve Jobs, envió de regalo 33 iPods.

Entre los récords mundiales del encierro se cuenta la realización de la transmisión televisiva en vivo a mayor profundidad en la tierra (624 m); el minero que más tiempo vivió bajo tierra (70 días), que fue Luis Urzúa el último en ser rescatado; el evento con mayor audiencia televisiva superando al funeral de Michael Jackson; y el ingreso al Libro Guinness.

Hasta el momento se filmaron varios documentales y películas, la más notoria con Antonio Banderas como actor principal.

Lo importante a mencionar es que no murió un solo minero a pesar del terrible accidente.

La minería de Chile, una de las más pujantes y seguras del mundo, tenía los recaudos subterráneos para que en caso de un accidente los mineros pudieran refugiarse con alimentos, oxígeno y energía para esa eventualidad.

Además el pueblo chileno, que vive esencialmente de la minería, actuó en forma solidaria, igual que lo hacen en cada una de las catástrofes que les toca vivir por su cercanía a la zona de subducción de la Placa de Nazca, en donde los sismos y tsunamis se potencian en cantidad e intensidad. Para ello tienen un fondo anticíclico que les permite ahorrar dinero en tiempos normales o de bonanza y disponer luego de esos recursos en caso de catástrofes.

En síntesis, a los mineros chilenos los salvó la ciencia y la técnica, esto es el trabajo profesional de geólogos, ingenieros, técnicos y mineros, sumado a una pléyade de profesionales que colaboraron en las más distintas cuestiones.

¡Ah! y la mariposa.


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