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"Scioli al gobierno y Cristina al poder"

El fantasma de un presidente transitorio

Cuenta un testigo íntimo y directo que Héctor J. Cámpora decidió renunciar a la presidencia de la Nación una mañana de 1973, cuando consultó en su despacho a un colaborador y le confesó estar completamente sorprendido: había llamado a todos los miembros de su gabinete y resulta que la mayoría no se encontraba en Balcarce 50. "Los ministros fueron a ver a Perón a su casa", le respondió su fiel interlocutor.

El Tío se quedó unos segundos en silencio, y luego dijo: "Evidentemente, hasta acá llegamos". Su colaborador se mostró perplejo frente a una conclusión tan extrema: "¿Pero por qué?", quiso saber. Cámpora suspiró: "Porque el presidente está en Gaspar Campos".

La anécdota vuelve hoy a rodar porque los kirchneristas plantean cada vez con más crudeza la consigna "Scioli al gobierno y Cristina al poder", y porque los veteranos del peronismo imaginan el formato que viene sobre la base de aquel desdichado vacío camporista. "¿Cuántos meses pasarán hasta que los diputados y el vicepresidente peregrinen a El Calafate en busca de instrucciones?", se preguntan. Dice el refrán popular: "El amor eterno dura los tres meses del verano". Los sciolistas, frente a ese julepe, siguen colgados de la lapicera. Insisten como en una letanía en que si ganan, con ella lograrán domar a la gran dama y a sus gurkas, pero resulta que la chequera sobre la que deberán estampar las cifras domesticadoras estará controlada a distancia por la Comisión de Presupuesto y Hacienda, desde donde el joven Axel Kicillof exigirá republicanamente consulta y subordinación ideológica. Hace seis meses parecía posible que Scioli tuviera más libertad de acción, pero el topo cristinista de la historia ha trabajado día y noche para ponerle un cerrojo monumental, y ahora hay serios reparos. A tal punto que la disyuntiva parece de hierro: doble o nada. Doble comando o traición. ¿Pero puede hacerle Scioli a Cristina lo que ella y su esposo le hicieron a Duhalde? El temperamento personal del amo de Villa La Ñata no hace creíble la versión más jacobina, y además Duhalde iniciaba su retirada y era ya un león herbívoro. Scioli se enfrenta con animales carnívoros dispuestos a comerse al caníbal, que en secreto lo desprecian y que se consideran a sí mismos la luz del tren de la revolución.

A este cuadro, José Manuel de la Sota le agrega otra visión inquietante. Nos recuerda con preocupación la última vez que tuvimos un presidente sin liderazgo partidario, el tremendo problema que implica actuar como jefe de Estado sin ser el conductor de tu propia fuerza política. Le sucedió -señala el gobernador de Córdoba- a Fernando de la Rúa, que quiso gobernar, arregló con los organismos internacionales y el caudillo de su partido salió públicamente a ponerle objeciones. La Alianza cayó por múltiples causas, externas e internas, y el peronismo no fue completamente ajeno a ese fracaso, pero aquel día fue el principio del fin. De la Sota insinúa que el país podría asomarse a un De la Rúa peronista, que debe pagar la fiesta y que a la vez no podrá desobedecer a la líder del Frente para la Victoria sin correr el riesgo de romper la gobernabilidad. Esta alianza atada con alambre que exhibe la escuadra oficial pone, por lo tanto, en duda el gran activo del partido de Perón, y es que "sólo el peronismo puede gobernar". Ese mito argentino, cocinado en las experiencias traumáticas de 1989 y 2001, sigue sobrevolando como un fantasma la cabeza de los votantes, algunos de los cuales actúan como víctimas recurrentes de un psicópata golpeador: cuando al peronismo le va bien, hay que premiarlo y cuando le va mal, hay que seguir votándolo para no ahondar el desastre. Algo de esa patología social explica la indefinición que todavía persiste en el electorado a cuatro semanas del día D.

Los kirchneristas han diseñado un relato interno según el cual la insuficiente performance de Scioli en las encuestas demuestra que no está a la altura de Cristina, la única capaz de garantizar un gran triunfo. Bajo ese espejismo tan conveniente, que le baja el precio a su propio candidato, Scioli no termina de volar no por los desastres gestionarios del Gobierno ni porque no le permiten moverse un milímetro del libreto oficial, sino porque es un personaje de segunda línea: al fin y al cabo, ¿qué era Cámpora al lado de Perón? Scioli no vuela porque le cortaron las alas, y porque no le dan vía libre para su especialidad, que es cautivar a los independientes. Para hacerlo, sin embargo, debería tomar necesaria distancia del dogma. Y el dogma no se toca, compañeros, por más que la Iglesia se esté cayendo a pedazos.

La semana política puede leerse en línea con estos conflictos de fondo. Scioli no teme, en verdad, debatir con la oposición. Teme no poder defender lo indefendible, decir lo que piensa y levantar las iras de su mentora. El lunes anunció un plan económico que no cayó del todo bien en la Casa Rosada. Traer 30.000 millones de dólares por año equivale a reconocer que falta inversión privada en la Argentina kirchnerista. Para hacerlo, hay que levantar el cepo cambiario, arreglar con los fondos buitre y amigarse con el FMI, la Unión Europea y los Estados Unidos. Una verdadera herejía para los sumos sacerdotes. Al mismo tiempo, reconocer la inflación y prometer un programa para reducirla a un dígito les pone los pelos de punta a los muchachos que se pasaron la década entera explicando que el flagelo no existía y que esos objetivos eran neoliberales.

Al día siguiente, el equipo económico de Scioli sufrió un impacto fulminante: Axel adoptó una medida que sacudió el mercado y la Bolsa, hizo caer los bonos y levantar el blue, y sembró más desconfianza. Los sciolistas sospecharon de inmediato que era una respuesta a la promesa de crear un clima propicio para atraer inversores. Prat-Gay dijo lo que Bein no puede decir: "La Cámpora le escupió al asado a Scioli". Por esas horas, Estela de Carlotto sintetizó lo que se escucha en el palacio: "Scioli es una transición a la espera de que vuelva Cristina". Y Diana Conti agregó: "El deseo de Estela es el de mucha gente". El jefe de Gabinete quiso relativizar el concepto de transitoriedad, pero terminó definiendo a Scioli como un mero custodio del legado cristinista, un guardaespaldas que cuida el tesoro de otros. Y Randazzo salió a decir que él no habría eludido el debate. Jibarizado y estresadísimo, con el drama en el rostro, Scioli no sabe cómo conseguir los puntos que necesita. Los sondeos revelan que su kirchnerización absoluta le decapitó ese plus que tenía por encima de la madre de Máximo, cuyas palabras todavía resuenan en La Plata: "Vamos a entregar el gobierno, pero no el poder". Dumas decía: "Algunas mujeres nos inspiran grandes cosas, y no nos dejan conseguirlas".

La situación económica tiene el rango de la emergencia, pero la milagrosa textura de la invisibilidad. Los viejos manuales dicen que con todos estos indicadores en picada y el desgaste de tantos años de gestión, el oficialismo no podría ganar las elecciones. Pero la Argentina es una fábrica de exotismos. La última vez que se combinaron crisis grave con doble comando, los escombros no sólo cayeron sobre el que pagaba la fiesta, sino que ametrallaron a su partido y dañaron a quien había armado la bomba: Carlos Menem. Quizá la más grande lección de la historia -nos enseña Huxley- es que nadie aprendió las lecciones de la historia. (Fuente: La Nación)


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