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Llamado al compromiso en el cierre de las fiestas del Milagro

Cargnello planteó con fuerza las exigencias del pueblo a los “presidenciables”

Cientos de miles de fieles, según cálculos de la policía salteña, participaron este martes 15 de septiembre de la procesión en honor del Señor y la Virgen del Milagro. El arzobispo de Salta, monseñor Mario Antonio Cargnello, pidió cuidar la creación, cultivar la cultura del encuentro y trabajar por el bien común. También dirigió un mensaje a los candidatos presidenciales: los mencionó con su nombre de pila y les pidió que pongan delante de sus ojos “los rostros de los ancianos, de los niños, de los jóvenes y de los pobres”.

Cientos de miles de fieles, según cálculos de la policía salteña, participaron este martes 15 de septiembre de la procesión por las calles de Salta en honor del Señor y la Virgen del Milagro. La caminata con la Cruz Primitiva y las imágenes de la Virgen de las Lágrimas y del Señor y la Virgen del Milagro partió a las 15 de la catedral basílica hasta el monumento 20 de Febrero, con unas 15 cuadras cubiertas de fieles que reiteraban la fórmula "Jesucristo, Señor del Milagro, te necesitamos". Al concluir la multitudinaria procesión, el arzobispo de Salta y vicepresidente segundo de la Conferencia Episcopal Argentina, monseñor Mario Antonio Cargnello, renovó el Pacto de Fidelidad de los salteños, siguiendo la tradición de encomendar sus vidas y la ciudad de Salta al cuidado de Jesús. Monseñor Cargnello dirigió una oración a Jesucristo, pidiéndole la paz para todos los salteños y los argentinos. Luego reflexionó sobre “tres desafíos urgentes en esta hora de la humanidad y de la patria”, como lo son “cuidar lo creado, haciendo de Salta una casa común”; “cultivar la cultura del encuentro que permita pensar y proyectar un futuro”, y “no eludir el compromiso de pasar de habitantes a ciudadanos”. Sobre el cuidado de la creación, el arzobispo salteño pidió cuidar la belleza de la provincia y evitar “la actividad descontrolada del ser humano”, especialmente en la contaminación, la acumulación de basura, el abuso del agua, la destrucción de la biodiversidad y el consumismo desenfrenado. También sentenció que “el cuidado estrictísimo de la contaminación del ambiente a la hora de extraer riquezas de la tierra no puede ser negociado”. Para cultivar la cultura del encuentro, monseñor Cargnello criticó el “clima inseguro y frágil” en que se dan las relaciones sociales, y que potencian la fragmentación y la exclusión social, la inequidad, la violencia, el narcotráfico y el consumo de drogas. También fustigó lo que consideró “un clima social y político que agranda los abismos”. También denunció: “La inseguridad que nos amenaza no es una sensación subjetiva, es una realidad destructora”. Para el prelado, “no se puede ser cristiano y menospreciar a otro”. Siguiendo al papa Francisco, sostuvo que confesar a Dios como Padre, que ama infinitamente a cada ser humano, “implica reconocer en cada uno una dignidad sagrada que debemos respetar”. Finalmente, monseñor Cargnello llamó a “recorrer el camino que conduzca a dejar de ser simples habitantes para ser responsables ciudadanos”. A poco más de un mes de las elecciones, el prelado pidió que los comicios no se conviertan “en un boliche de ofertas inconsistentes y de medias verdades”, y apuntó contra los políticos que dan más atención a las encuestas que a las preocupaciones reales. “¿Será ésta la oportunidad de pensar en una nación que crece serena, fuerte y laboriosa a partir de sus reales posibilidades, y enfrenta los verdaderos problemas? Querido hermano, allí está tu decisión. El acto eleccionario no es una deuda con un candidato que te promete o te regala plata, chapas o viajes, un puesto, o lo que sea. Elegir es responder ante Dios y tu conciencia qué necesita hoy la Argentina”, exclamó. Un mensaje a los presidenciables

Antes de concluir su discurso, el arzobispo de Salta se dirigió a los seis candidatos con posibilidades de ocupar la presidencia de la nación. Los mencionó con su nombre de pila y les pidió que pongan delante de sus ojos “los rostros de los ancianos, de los niños, de los jóvenes y de los pobres”. “Miren en los cientos de miles de ancianos, a sus padres o a sus abuelos, y comprométanse a poner en marcha un tiempo que los respete de verdad, sin falsas promesas o anuncios de verdades a medias. Ningún anciano debe agradecer a ningún gobernante el respeto de un derecho que les corresponde. No es una dádiva dicho reconocimiento, es justicia. No los engañemos con viajes si les negamos el acceso pronto y correcto a la salud y a la justa jubilación. No malgastemos lo que es de nuestros abuelos”, declaró el prelado. “Miren –continuó- el rostro de los niños, sobre todo de los más pobres, y vean en ellos a sus hijos. Apuesten y comprométanse con una educación que se convierta en la fuerza que nos lleve a la equidad en el tejido social. Miren el rostro de los niños y jóvenes destruidos o condenados por el flagelo de la droga y anímense a luchar por erradicarla sin claudicar en el empeño. Miren el rostro de nuestros pobres y tendamos la mano creciendo en solidaridad y en austeridad de vida. Y si tienen que tomar decisiones difíciles, no teman señalarnos el camino con su austeridad transparente, con su honestidad, con el respeto que nos manifiesten diciéndonos la verdad”, les dijo el arzobispo. Monseñor Cargnello concluyó sus palabras agradeciendo el don de la vida consagrada. A los religiosos y religiosas, y a los laicos y laicas consagrados, les pidió que continúen dando testimonio profético de su alegría y generosidad.

La Homilía

Señor del Milagro, míranos en este lugar tan lleno de significado para Salta y para el país, acompañados por tu Madre, María del Milagro, la primera creyente. Ella nos une con el calor maternal de su presencia en la familia de tu Iglesia. Somos tuyos.

Tú eres el único que conoce al Padre. Permítenos que, como Felipe de Betsaida te digamos: “Muéstranos al Padre y eso nos basta” (Jn 14,8) te lo pedimos en este clima de Eucaristía prolongada, en el clima de la Última Cena en camino hacia el Congreso Eucarístico Nacional. Necesitamos la paz que quita inquietudes vanas. Tú nos dijiste “No se inquieten. Crean en Dios y crean también en mí” (Jn 14,1).

Desde la paz que nos da sabernos amados por el Padre Dios, alabarlo y decir contigo: “Te alabamos Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños” (Mt 11,25)

En el corazón de esta tarde de setiembre, al calor de la compañía de tantos hermanos, contemplamos nuestra bella ciudad, el entorno de su valle y nos dejamos llevar por la mirada que abraza la inmensa puna , los sorprendentes valles calchaquíes, la belleza bucólica del valle de Lerma, el feraz territorio de la selva tucumano oranense y el agreste Chaco salteño que laten con brillo especial en el corazón y en la mirada de los amadísimos peregrinos y desde aquí nos atrevemos a ir hacia la patria entera y el mundo inmenso que nos regalas y surge en todos nosotros el cántico de San Francisco:

“Alabado seas, mi Señor, con todas tus criaturas. Especialmente el hermano sol, el cual hace el día y nos da la luz. Alabado seas, mi Señor, por nuestra hermana madre tierra, la cual nos sustenta y gobierna y produce diversos frutos con coloridas flores y hierbas”.

Envueltos, pues, en el clima de familia que resplandece en tu presencia de Resucitado queremos reflexionar juntos en tres desafíos que, siendo importantes para todos, aparecen urgentes en esta hora de la humanidad y en el hoy de la historia de nuestra patria que se prepara a celebrar el Bicentenario de la Independencia Nacional el próximo 9 de julio de 2016.

1. Necesitamos cuidar lo creado haciendo de Salta una casa común.

2. Es impostergable cultivar entre todos los argentinos la cultura del encuentro que nos permita pensar y proyectar un futuro.

3. No podemos eludir el compromiso de dar el paso para convertirnos de habitantes en ciudadanos.

II.

Cuidar la creación. Hemos convertido en un slogan publicitario la belleza de nuestra Salta. En lo que tiene de reconocimiento de una verdad dada por Dios a todos nosotros, la misma vale. Pero si sólo se convierte en eso: un slogan de propaganda, una excusa para entrar en una sociedad del consumo que nos devora, se convierte en un contrasentido. Cuidar la belleza de

nuestra provincia, como la del mundo entero es un desafío que compromete también nuestra fe.

Ya el Beato Papa Pablo VI en 1971, presentó la problemática ecológica como una crisis que es una consecuencia dramática de la actividad descontrolada del ser humano. San Juan Pablo II y Benito XVI insistieron en la llamada. Y hoy nuestro querido Papa Francisco nos presenta el urgente, grande y hermoso desafío de proteger nuestra casa común.

El Papa denuncia la contaminación, la acumulación de la basura, el consumismo desenfrenado, el abuso del agua, la falta de agua potable para muchos lugares pobres y la destrucción de especies afectando la biodiversidad entre otros factores que están deteriorando la calidad de la vida humana y la sociedad toda. ¿Afecta esto a nuestra Salta, a nuestras provincias? Sí, sin lugar a dudas. Es preocupante ver la basura en nuestras calles, el descuido de los espacios públicos, el deterioro de la calidad del agua de nuestros ríos, la falta de agua potable en algunas poblaciones. Es triste recorrer barrios sin árboles, jóvenes buscando comida en basurales, espacios que contaminan. ¿Podemos negar la insuficiencia de nuestro apoyo para vencer enfermedades como el dengue u otras que dependen del cuidado de nuestros espacios familiares, de cerrar canillas, de no dejar acumular agua estancada? Cada uno de nosotros es testigo y algunos quizás seamos cómplices del descuido de nuestro hábitat. El cuidado estrictísimo de la contaminación del ambiente a la hora de extraer riquezas de la tierra no puede ser negociado.

Debemos ser honestos a la hora de mirar el problema y responsables cuando se trata de asumir el compromiso de cuidar la creación. Cada criatura tiene su valor y su significado en el proyecto del amor de Dios. El mundo es frágil y Dios lo ha confiado a nuestro cuidado. No podemos destruir impunemente la obra de Dios sin afectar la vida de los hermanos. Siendo el hombre señor de la creación no es su dueño arbitrario. El mundo nos ha sido confiado para que lo administremos como casa para todos, para los que hoy vivimos y para los que lo habitarán mañana.

Miremos a Jesús: admiró la belleza de los lirios del campo y de los amaneceres que lo acompañaban en su unión con el Padre. Vivía en tal armonía “que hasta el viento y el mar le obedecían” (Cfr. Mt 8,27). Trabajó con sus manos a lo largo de casi toda su vida dando forma a la materia creada por el Padre con su habilidad de artesano y transformó el trabajo en camino de santidad. Hoy, resucitado, envuelve misteriosamente el mundo que fue creado para El y reconciliado en Él para llenar de luz todo el universo.

Aprendamos de Jesús y abramos el corazón a un camino de conversión que mejore definitivamente nuestras relaciones con el mundo que nos rodea. Seamos agradecidos con el don de Dios y capaces de gratuidad en nuestra entrega. No podemos medir todo por el dinero. Ofrezcamos los talentos al servicio de una mejora de la vida del mundo. Superemos mezquindades y luchemos por liberarnos de una cultura del consumo que nos consume. “La espiritualidad cristiana propone un crecimiento con sobriedad y una capacidad de gozar con poco. Es un retorno a la simplicidad que nos permite detenernos a valorar lo pequeño, agradecer las posibilidades que ofrece la vida sin apegarnos a los que tenemos ni entristecernos por lo que no poseemos. Esto supone evitar la dinámica del dominio y de la mera acumulación de placeres” (1).

III.

Cultivar la cultura del encuentro. En su loca carrera por dominarlo todo, los hombres vamos sosteniendo un clima inseguro y frágil en nuestras relaciones que han potenciado la fragmentación y la exclusión social, la inequidad, el crecimiento de la violencia y la agresividad, el narcotráfico y el consumo creciente de drogas entre jóvenes y niños, la pérdida de identidad. Se rompen lazos de integración y de comunión social.

Alimenta este triste proceso un clima social y político que agranda los abismos haciéndonos olvidar que somos hermanos, conciudadanos de una misma tierra que es de todos nosotros, en la que hemos de reconocernos como hermanos y no como enemigos. La inseguridad que nos amenaza no es una sensación subjetiva, es una realidad destructora. La pobreza no es un dato estadístico, es una enfermedad que avanza excluyendo y frustrando presentes y futuros.

Este clima que nos enfrenta penetra muchos hogares y son los hijos las víctimas de una situación que hace sufrir y no deja mirar hacia delante. Es hora de reaccionar. Sólo corazones abiertos a la misericordia y al perdón pueden gestar un tiempo nuevo. Para nosotros, cristianos, se trata de una cuestión de coherencia entre nuestra fe y la vida. Se trata de cultivar una ecología verdaderamente integral que cuida la casa común respetando y sirviendo a todos los hombres y a todo el hombre.

Como enseña el Papa Francisco, confesar a Dios como Padre que ama infinitamente a cada ser humano implica reconocer en cada uno una dignidad sagrada que debemos respetar. Confesar que el Hijo de Dios se hizo hombre y dio su vida por nosotros compromete también nuestras relaciones sociales. No puedo ser cristiano y menospreciar, mucho menos despreciar al otro. Confesar que el Espíritu Santo vive y actúa en la humanidad nos exige respetar la diversidad y procurar a toda costa la comunión. Reconocer el amor de Dios y responder a ese amor provoca en nuestra vida y en nuestras acciones el deseo, la búsqueda y el cuidado del bien de los demás (2).

Al contemplar el Misterio de la Santísima Trinidad que resplandece en Cristo Crucificado y Resucitado, preparándonos para celebrar con especial solemnidad el Pacto de fidelidad, debemos hacerlo con la conciencia de comenzar un tiempo nuevo. La fiesta del Milagro debe ser la fiesta de la Reconciliación y del encuentro de todos los argentinos. Nos lo dice Jesucristo, nos anima su Madre, nos lo recuerda este lugar, nos lo exige la Nación que se nos encomienda como tarea a cada uno.

IV.

Recorrer el camino que nos conduzca de ser simples habitantes a responsables ciudadanos. La dimensión social de la vida cristiana no se declama, se debe vivir y con una conciencia arraigada de la responsabilidad que todos tenemos cada día de darnos por el bien de nuestro país y de la humanidad entera.

Estamos a poco más de un mes de las elecciones. Se trata de un acto importante, aunque no el único, que expresa el sistema democrático que nuestro país ha elegido para organizarse y para ser gobernado. No permitamos que el camino hacia las mismas se convierta en un boliche de ofertas inconsistentes y de medias verdades. Seamos responsables. Atrapada por la cultura de la oferta y la demanda, la vida política parece depender más de encuestas que de reales preocupaciones.

¿Será ésta la oportunidad de pensar en una Nación que crece serena, fuerte, laboriosa a partir de sus reales posibilidades y enfrentando los verdaderos problemas, incluyendo dignamente a los más pobres y excluidos mediante el trabajo y el ejemplo de los que gobiernan y la honestidad de los ciudadanos o seguiremos jugando a la ruleta con nuestro presente hipotecando el futuro? Querido hermano, allí está tu decisión. El acto eleccionario no es una deuda con un candidato que te promete o te regala plata, chapas o viajes, un puesto, o lo que sea. Elegir es responder ante Dios y tú conciencia: ¿qué necesita hoy la Argentina? ¿Quién responde o puede responder mejor? Pero, el acto de elegir debe estar acompañado por el compromiso de un entrega mediante el trabajo, el cumplimiento del deber ciudadano, el cuidado de los que necesitan, la preocupación por los sectores más vulnerables, el ejemplo de probidad. Como Jesús, que amó a su tierra hasta llorar sobre Jerusalén, a ti, ciudadano, a nosotros ciudadanos cristianos, hoy se nos pide dignidad responsable en la elección, compromiso en el empeño por servir a la patria, aún con sacrificios, coherencia con el estilo del evangelio de la fraternidad y de la paz.

Permítanme ahora dirigirme a los seis candidatos que hoy están ante la posibilidad de ser elegidos presidentes. Ustedes son responsables de decirnos la verdad. Me dirijo a Adolfo, Daniel, Margarita, Mauricio, Nicolás y Sergio. No sé si escucharán esta propuesta, pero creo que es necesario decirla.

Ustedes conocen los grandes desafíos que tiene que enfrentar nuestra patria en esta hora. Son temas recurrentes en sus discursos y en los medios de comunicación como en las reuniones partidarias. Sólo me atrevo a pedirles lo siguiente: De cara a la responsabilidad que Dios y sus hermanos argentinos podrán conferirles pongan delante de sus ojos los rostros de los ancianos, de los niños, de los jóvenes, de los pobres.

Miren en los cientos de miles de ancianos a sus padres o a sus abuelos y comprométanse a poner en marcha un tiempo que los respete de verdad, sin falsas promesas o anuncios de verdades a medias. Ningún anciano debe agradecer a ningún gobernante el respeto de un derecho que les corresponde. No es una dádiva dicho reconocimiento, es justicia. No los engañemos con viajes si les negamos el acceso pronto y correcto a la salud y a la justa jubilación. No malgastemos lo que es de nuestros abuelos.

Miren en el rostro de los niños, sobre todo de los más pobres y vean en ellos a sus hijos (que lo serán de quien asuma la responsabilidad de gobernarnos). Apuesten y comprométanse con una educación que se convierta en la fuerza que nos lleve a la equidad en el tejido social. Que se dé la posibilidad de nivelar para arriba al niño de una escuela de Santa Victoria Este como la tiene el niño o la niña de un colegio del barrio mejor posicionado de la Capital Federal.

V.

Miren el rostro de los niños y jóvenes destruidos o condenados por el flagelo de la droga y anímense a luchar por erradicarla sin claudicar en el empeño. Que crezca la justicia social ofreciendo posibilidades de trabajos genuinos y dignificantes. Que el mérito supere al acomodo. Que los jóvenes descubran que vale la pena vivir en esta tierra porque ella los cobija, alienta y acompaña.

Miren el rostro de nuestros pobres. No discutamos sólo estadísticas. Tendamos la mano creciendo en solidaridad, en austeridad de vida. Y si tienen que tomar decisiones difíciles no teman señalarnos el camino con su austeridad transparente, con su honestidad, con el respeto que nos manifiesten diciéndonos la verdad. Los argentinos necesitamos un tiempo nuevo con líderes capaces de orientarnos con espíritu de comunión. No teman el juicio de la historia, teman el juicio de Dios que se transparenta en esos rostros que hoy les entregan sus ilusiones en un acto de confianza.

Es hora de renovar el pacto. Nos envuelve la Presencia de Jesucristo que se renueva en la Eucaristía para hacernos capaces de gratitud y de gratuidad, para descubrirnos amados y para darnos fuerza para empezar de nuevo.

Signo elocuente de la gratuidad es la vida consagrada. En este año en el que la Iglesia agradece el don de la vida consagrada, en nombre de la Iglesia en Salta agradezco a todos los religiosos y las religiosas, a los laicos y laicas consagrados el don de sus congregaciones y institutos y pido al Señor que continúen dándonos el testimonio profético de su alegría y generosidad.

Nos abrazamos a la Santísima Virgen, Madre de Misericordia, mujer valiente y comprometida y mientras cae el sol de la tarde en nuestro amado Valle iluminados por el lucero vespertino, con Ella, seguimos caminando por la vida. (Fuente: AICA – Agencia Informativa Católica de Noticias)


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