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Morir de sed en el oasis

Hace más de 20 año Eduardo Falú, ciudadano ilustre de nuestra Salta que bien pudo haber sido un excelente promotor de nuestras bondades comerciales en el Oriente dado que fue el embajador de nuestra cultura más difundido por esos lares, me contó que cuando ya no podía seguir comiendo la clásica comida japonesa decidió homenajear a sus anfitriones con un asado típico de nuestra tierra. Consiguió un corte de carne vacuna más o menos adecuado, unas bolsas de carbón vegetal, hizo hacer una parrilla y en un jardín hizo el asado, “bien jugoso y bastante tierno”, me dijo. De inmediato me aclaró que “los que comían y convidaban hasta insectos fritos, que crujían en la boca, se negaron a comer el asado porque les daba asco la carne vacuna”.

¡Qué bien le hubiera hecho conocer esta anécdota a Mauricio Macri! Hace pocas horas, en un importante supermercado de Japón, al que él seguramente confundió con el “super del chino” que conoce en las cercanías de su casa, se jactó anunciando que "la Argentina es un país que produce alimentos de calidad para 400 millones de personas, a pesar de que somos solamente 44 millones, y aspiramos a llegar en pocos años, en 2025, a producir para 600 millones de personas". Esto lo dijo sosteniendo un envase de carne preparado para una promoción sin degustación y algún frasco de miel con el mismo sentido, prometiendo “satisfacer el exquisito paladar de los japoneses”.

Pero lo peor resultó ser el cinismo, la perversidad, la mentira y el descaro de sus datos estadísticos sobre las supuestas riquezas de los argentinos. En Página 12 se advirtió que “evitó mencionar que durante su gestión, según los datos del Indec difundidos hace pocas horas, la indigencia (que mide la capacidad de las personas para comprar la canasta básica alimentaria) saltó de 4,7 por ciento a fines de 2015 hasta el 7,3 por ciento en el primer trimestre. Es decir, que se producen cada vez más alimentos pero que cada vez menos argentinos pueden acceder a ellos.” En la Argentina muchos de sus habitantes fueron obligados, en los últimos años, a cruzar el desierto sólo con una bolsa de sal como equipaje, pero el Presidente se jacta de que pueden morir de sed en el oasis.

Mientras tanto, como para que las intenciones queden en claro, en medio del llanto sobrecogedor (con perdón de la palabra) del canciller Jorge Faurie, Macri se enteró del llamado Acuerdo Comercial entre el Mercosur y la Unión Europea (UE). "Será una posibilidad de crecimiento y de empleo", dijo el mandatario (Macri), a cargo de la presidencia pro-témpore del Mercosur, en Osaka. No sé si a todos los que lean esto les pasará lo mismo, pero a mí me pareció haber escuchado esta frase al menos 50 veces desde el 2015 y además, en otras 50 veces escuché el menosprecio hacia el Mercosur de parte de Macri.

Para evitar la complejidad técnica de explicar esta cuestión del “acuerdo comercial” sirve el artículo de La Nación al respecto: “A contramano de la mayoría opositora, que criticó el acuerdo que firmó hoy el Mercosur con la Unión Europea, la hija del expresidente Carlos Menem se mostró alegre con la noticia y recordó que fue su padre el precursor del demorado pacto. ‘¿Quién dio el puntapié inicial de este acuerdo? Carlos Menem’, publicó Zulemita en su cuenta de Twitter, horas después de que se conociera la confirmación del acuerdo alcanzado entre los dos bloques de países. El tuit de Zulemita hace referencia a las primeras conversaciones del acuerdo bilateral, que se remontan a 1995, año en el que el actual senador fue reelecto como presidente, cargo que ocupó hasta 1999, cuando volvió a tomar fuerza la idea de un pacto de libre comercio entre los 28 países europeos y los cuatro de Sudamérica” El título de la nota fue “¿Menem lo hizo?”, quizá un sarcasmo innecesario pero muy propio del liberalismo “excitado” con el supuesto éxito.

Hoy el neocolonialismo es parte del modelo que tiene al liberalismo como ariete económico del Poder y la transculturización como herramienta política. “El neocolonialismo es una forma moderna de colonialismo, según la cual las antiguas potencias coloniales del mundo, o las nuevas naciones hegemónicas, ejercen una influencia determinante en materia económica, política y cultural sobre otras naciones independientes o descolonizadas”.

Se podrían transcribir miles de páginas para explicar esta cuestión, pero la foto que ilustra esta nota lo dice todo.


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