Cuidemos la casa común
La encíclica Laudato Si será citada en el futuro con la misma reverencia que merece la Rerum Novarum, promulgada por León XIII en 1893.
En un reciente encuentro en el Vaticano del Instituto del Diálogo Interreligioso, en que tuvimos el honor de ser recibidos por Su Santidad, el papa Francisco , reflexionamos sobre la idea de casa común que postula la encíclica Laudato Si. La importancia de ese documento no puede agotarse en un breve comentario. Su riqueza es tal que me atrevo a conjeturar que será citada en el futuro con la misma reverencia que merece la Rerum Novarum, promulgada por León XIII en 1893.
Si esta última inauguró, como se sabe, la Doctrina Social de la Iglesia, la que ahora nos ocupa está destinada a desempeñar un papel no menor, como primer eslabón de una corriente doctrinaria que aún no tiene nombre, pero que, sin dudas, inspirada en ideas que los pontífices han desarrollado desde fines del siglo XIX, las profundiza y las ubica en un marco más amplio.
Sería ignorar esa complejidad describir a Laudato Si como una encíclica ambientalista. La preocupación por el ambiente es notoria en el documento. Sin embargo, el abordaje dista de ser el que -legítimamente, por cierto- podría encarar un científico o un jurista especializados en esa temática. Y es lógico que así sea, porque un Papa -y especialmente un pontífice de la hondura filosófica de Francisco- nos habla siempre, cualquiera sea la cuestión sobre la que se pronuncie, de Dios, de la Creación y de las personas humanas insertas en esa situación trascendente. Desde el inicio, Francisco plantea con claridad cuál es su tema. Lo hace evocando a otro Francisco: «Laudato si', mi' Signore» - «Alabado seas, mi Señor», cantaba san Francisco de Asís. En ese hermoso cántico nos recordaba que nuestra casa común es también como una hermana, con la cual compartimos la existencia, y como una madre bella que nos acoge entre sus brazos: «Alabado seas, mi Señor, por la hermana nuestra madre tierra, la cual nos sustenta, y gobierna y produce diversos frutos con coloridas flores y hierba».
Si alguna duda cabía sobre la razón del nombre papal elegido por el Cardenal Jorge Bergoglio, esta encíclica la despeja completamente. El Papa elige una tradición, un linaje. No opta por un jesuita, como hubiera podido imaginarse, sino por el santo que más ilustra, con sus palabras, pero sobre todo con su ejemplo, esas virtudes -la vida pobre y austera, la sencillez, la cercanía con los pobres- que el Padre Bergoglio encarnaba, para quienes lo conocíamos, antes de ser el sucesor de Pedro.
Por si faltaba una aclaración, la hace con todas las letras unos párrafos más adelante: "No quiero desarrollar esta encíclica sin acudir a un modelo bello que puede motivarnos. Tomé su nombre como guía y como inspiración en el momento de mi elección como Obispo de Roma. Creo que Francisco es el ejemplo por excelencia del cuidado de lo que es débil y de una ecología integral, vivida con alegría y autenticidad (.). En él se advierte hasta qué punto son inseparables la preocupación por la naturaleza, la justicia con los pobres, el compromiso con la sociedad y la paz interior".
La idea central del documento está expresada con claridad en su subtítulo: "Sobre el cuidado de la casa común". El planeta, con todo lo que hay en él, es nuestra casa. Para los creyentes es, además, la casa creada por Dios, lo que nos compromete mucho más en su cuidado y preservación.
La llama, con palabras del pobre de Asís, hermana y madre. Y sin solución de continuidad traza un crudo diagnóstico: esta hermana clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella. Hemos crecido pensando que éramos sus propietarios y dominadores, autorizados a expoliarla. En este párrafo se deja de lado la concepción romanista de la propiedad. Recordemos que para los romanos el propietario gozaba del ius utendi, fruendi et abutendi sobre la cosa de su propiedad; es decir, del derecho a usarla, gozarla (quedarse con sus frutos) y aún abusar de ella. No, no podemos hacer cualquier cosa con los bienes de que disponemos, en la medida en que los efectos de nuestros actos se proyectan sobre otros y sobre las generaciones futuras. Estamos obligados a cuidar la casa común. Sería muy extenso detenerse en cada uno de los aspectos que aborda el Papa. En especial, identifica las lesiones que los seres humanos hacemos en la casa común, alterando, por ejemplo, la pureza del agua o la biodiversidad. Pero esas patologías no pueden merecer solamente respuestas técnicas o científicas, que prescindan de un nuevo abordaje humano: 139. "Cuando se habla de «medio ambiente», se indica particularmente una relación, la que existe entre la naturaleza y la sociedad que la habita. Esto nos impide entender la naturaleza como algo separado de nosotros o como un mero marco de nuestra vida (.). No hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis socio-ambiental. Las líneas para la solución requieren una aproximación integral para combatir la pobreza, para devolver la dignidad a los excluidos y simultáneamente para cuidar la naturaleza". ¿Cómo hacerlo? El Capítulo quinto ofrece algunas guías: 1) Diálogo sobre el medio ambiente en la política internacional; 2) Diálogo hacia nuevas políticas nacionales y locales; 3) Diálogo y transparencia en los procesos decisionales; 4) Política y economía en diálogo para la plenitud humana; 5) Las religiones en el diálogo con las ciencias.
Un hilo conductor une todos los ítems: el diálogo. No es una palabra de ocasión. La tecnocracia miraría con cierta jactancia que los problemas ambientales no fueran abordados con cálculos, cifras y mediciones, sino con diálogo. Francisco no excluye, por cierto, las importantísimas contribuciones de la técnica a la solución de cuestiones ambientales. Solo que nos enseña que ellas no agotan el problema. Sin un cambio sustancial de los seres humanos, de su relación con lo creado, la técnica será impotente para evitar que la casa común siga deteriorándose. De ahí el vínculo entre la necesidad de una nueva conciencia ambiental y el diálogo. Por cierto, el diálogo con quienes piensan igual que nosotros no es verdadero diálogo; es en todo caso un monólogo amplificado, como ocurriría con una orquesta que constara solo de violines tocando todos la misma partitura. Esta idea debería ser evidente, pero no lo es, a juzgar por quienes critican a Francisco por reunirse con personas que no piensan como él. Es innecesario aclarar que el Diálogo Interreligioso se inscribe en ese marco y que, por lo dicho, sus proyecciones son vastísimas.
Es un bello desafío. Debemos asumirlo con alegría, pese a todas las adversidades: 245. Dios, que nos convoca a la entrega generosa y a darlo todo, nos ofrece las fuerzas y la luz que necesitamos para salir adelante. En el corazón de este mundo sigue presente el Señor de la vida que nos ama tanto. Él no nos abandona, no nos deja solos, porque se ha unido definitivamente a nuestra tierra, y su amor siempre nos lleva a encontrar nuevos caminos. Alabado sea.
(*) El autor es subsecretario de Justicia en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y miembro del Instituto del Diálogo Interreligioso