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VIDA, PASIÓN Y MUERTE DE RAGONE: EL HOMBRE QUE OLVIDÓ EL PERONISMO DE SALTA. Por Ernesto Bisceglia


Miguel Ragone, cuando se levantó el telón del terror



Faltaban pocos días para que el ya tambaleante gobierno de María Estela Martínez de Perón sucumbiera ante un golpe cívico-militar. La violencia arreciaba en el país desde hacían unos años y la intolerancia se cobraba víctimas de la izquierda y de la derecha, porque desde ambos sectores se disparaba con el mismo odio. El Dr. Miguel Ragone sería una de esas víctimas propiciatorias, el anticipo del tiempo más luctuoso de la historia argentina contemporánea.


El intento de reencontrar a los argentinos con que Juan Domingo Perón regresó al país, su abrazo con su eterno enemigo, Ricardo Balbín, rubricado por aquella frase tan necesaria en estos días: «Para un argentino no hay nada mejor que otro argentino», había fracasado rotundamente.

Las «formaciones especiales», los grupos subversivos que el mismo Perón había alimentado desde Puerta de Hierro para bruñir su regreso, se le habían ido de las manos. El 1 de mayo de 1974, él mismo los echó de la Plaza de Mayo y pasaron a la clandestinidad.

El germen de la violencia anidaba en el propio gobierno peronista con el superministro, José López Rega que ordenaba atentados y asesinatos desde su búnker en los sótanos del Ministerio de Bienestar Social, cueva de la Alianza Anticomunista Argentina, la siniestra «Triple A», que secuestraba, torturaba y asesinaba a todo militante de la izquierda. El terrorismo de Estado ya se practicaba desde antes de la llegada de los militares al gobierno el 24 de marzo de 1976.


Aquella mañana caminaba de la mano de mi padre, acabábamos de dejar atrás la vereda del Convento San Bernardo rumbo a la casa de una tía cuyos fondos colindaban con la casa del Dr. Ragone cuando escuchamos unos estampidos secos, algo lejanos. Mi padre, sin inmutarse -recuerdo- dijo: «Son tiros».

No pudimos llegar al destino por el camino de siempre porque apenas instantes después ya había un cordón policial y una ambulancia cruzaba la calle Uruguay desde el hospital San Bernardo. Pocas veces, creo, hubo tanta celeridad policial para llegar a la escena de un crimen…

Un vecino espantado que atinamos a cruzar dijo: «Lo mataron a Arredes». Era el dueño de un almacén en la esquina del Pasaje Del Milagro cuyo cuerpo yacía en la vereda. Había intentado socorrer a Ragone cuyo auto fue interceptado en ese cruce. Pago con su vida su gesto cívico.

Lo demás es historia conocida, una patota había secuestrado al Dr. Ragone huyendo con rumbo desconocido, igual que el destino del cuerpo del ex gobernador peronista.

Una vida política

El Dr. Ragone no era un arribista de la política -como es tan común ahora-, había labrado un verdadero «Cursus Honorum» dentro del peronismo y de la izquierda peronista. Conoció los rigores y temores de vivir en la clandestinidad y forjó su espíritu en la resistencia contra aquella amoral asonada vergonzantemente autotitulada «Revolución Libertadora».

Desde su refugio fundó la Lista Verde y supo de años de persecución y proscripciones, pero todos esos sacrificios abonaron su camino a la gobernación de la provincia de Salta a la que llegó en las primeras elecciones libres desde 1955.

Fue el hombre sin puertas tanto en su casa como en su despacho de gobierno. Fue la mano que ayudó a incontables salteños con una consulta, un remedio, todo que pudiera hacer gratuitamente por aquellos que no accedían al derecho humano de la salud. Hasta su propio vehículo utilizaba para transportar a un necesitado o visitar algún enfermo en las villas. Era la reencarnación del sentido humano y social que había fundado otro apóstol de la medicina, el Dr. Ramón Carrillo. Desde ese punto de vista, Ragone más que un peronista fue un humanista.


Su gobernación, sin su desaparición forzada, habría pasado a la historia «sin pena ni gloria», porque muy poco se podía hacer en aquel país ya desguazado, carcomido por la violencia, la inflación galopante, la desintegración política que obligaba a cambiar un ministro del gabinete nacional cada diez días o menos. Más todavía en una Salta conservadora y «Gorila» que conspiraba en los ambientes de la Curia y las «Jabonerías» de la oligarquía. Como gobierno fue intrascendente.

Pero estas son las paradojas de la historia argentina, el paso a la historia del Dr. Miguel Ragone, se fraguó en la antítesis que representaron su vida y su muerte. Porque un hombre de paz terminó asesinado por los apóstoles de la violencia.


La historia de su desaparición y muerte están pletóricas de conjeturas, más allá de lo demostrado en el expediente judicial. El destino final de sus restos continúa incierto. Lo único verdadero y tangible es su «resurrección» desde esas tinieblas en que sus verdugos lo sepultaron para convertirse en una tea ardiente como ejemplo inmarcesible, perenne, del buen hombre, del padre de familia, del esposo dedicado, del funcionario honesto y sobre todo del «Médico del pueblo».

Este hombre dio la vida por su ideal, porque lo mataron por «zurdo» y por peronista; sin embargo, el peronismo de Salta no lo recuerda ni lo exalta como el ejemplo más alto del significado de lo que se llama «Militancia».

¿Será porque el Salta ya no hay peronistas?…

La Pasión y Muerte de Miguel Ragone es una mácula para la sociedad salteña que resiste el paso del tiempo pero que ha servido para que ese hombre desaparecido cuyos restos fueron esparcidos por el odio intolerante, hoy tenga el epitafio más elevado, aquel escrito por la memoria de quienes lo recuerdan con afecto por haber sido su benefactor.


Como una ironía del destino, ganó las elecciones como gobernador el 11 de marzo de 1973; sus asesinos se lo llevaron el 11 de marzo de 1976.


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