POLÍTICA CON HUMOR: SERGIO, QUERIDO, EL HAMBRE ESTÁ CONTIGO
Por Carlos M. Reymundo Roberts LA NACION Lo confieso: tuve una pésima semana. No fue ese virus (o bacteria o lo que corno sea) que está sembrando estos pagos de gripes, neumonías y otras miserias. Fueron los coletazos de mi entrevista a Massita del sábado pasado. No le gustó a nadie. Snif. Los massistas me acusan de haberlo sometido a una suerte de fusilamiento mediático. “No le hiciste preguntas: eran zancadillas, tacles, trompadas al mentón”, protestó uno de sus voceros. Repasé la entrevista y sinceramente no encontré esa malicia que me atribuyen.
De hecho, lo felicité por ser el candidato del kirchnerismo después de haber criticado tanto a los Kirchner, lo cual lo ponía en una senda albertiana de la vida. Apenas hubo algunos chisporroteos, como cuando le sugerí que era inescrupuloso, apanquecado, Ventajita, y que hasta Néstor lo consideraba más malo que él. El resto fue la típica esgrima entre periodista y candidato. Es cierto que en el título puse que la había pasado muy mal. Bueno, qué quieren: nadie sale indemne al cabo de una hora con Massita.
Un golpe que no esperaba fue el de Juan Graboá (para el vulgo, Grabois). En un whatsapp me puso que ahora correspondía que lo entrevistara a él, “con el mismo tipo de preguntas concesivas que le hiciste a Sergio”. También me acribillaron en las redes francotiradores de Horacio y de Patricia. “Roberts –posteó uno–, la nueva incorporación en el equipo de campaña de UP”.
Otro: “¿Vos trabajás en LA NACION o en la oficina que montó Massa en Puerto Madero para recaudar dólares con los permisos de importación?”. Y otro más (parafraseando a un viejo jefe de Redacción): “Che, si no cobraste la nota, avivate. Mirá que esos favores el Mago los paga muy bien”. ¿Hay derecho? No entiendo tanta perfidia con un humilde trabajador del teclado. Y lo más grave: ensucian el buen nombre de Massita.
Ahora me obligan a diferenciarme de él, a calzarme una camiseta de antikirchnerista, incluso a aparecer como un esbirro de Juntos por el Cambio. Puesto en ese perfil, no queda otra que protestar por los precios, el dólar, la suba de impuestos, la estampida de pobreza, las empresas que se van del país… ¡Con lo que me gustaría decir que los restaurantes están llenos! Pero no puedo. Estoy compelido a preguntar cómo es posible que nos hayamos quedado sin reservas, si su nombre indica que es algo que se guarda, no se gasta. A los que no reservaron las reservas, ¡cárcel! A los que prometieron 3% de inflación en mayo, y ese mes la llevaron a 7,8%, ¡destierro! Al que dijo que ser ministro de Economía era incompatible con ser candidato, ¡que le corten la lengua! No, no se la corten: me gustaría volver a entrevistarlo.
Cuando todavía era un periodista independiente, los primeros días de esta semana, llamé a tres encuestadoras y les pedí que me dijeran la verdad. “Estamos algo despistados”, contestaron. Mentira podrida. Les fui sonsacando sus pronósticos, que se parecen mucho. Básicamente dijeron tres cosas. Que Milei no puede ganar, en ningún escenario; “wow”, reaccioné yo. Segundo: que Massita tampoco puede ganar: le dieron, con toda la furia, una probabilidad de entre 3 y 5%; “wow”, volví a suspirar. Tercero: Patricia venía cómoda, se quedó, crece Horacio, pronóstico reservado. Resumen: no soy el único esbirro de JxC.
Cuando todavía no me habían declarado persona no grata, estuve en el búnker de Unidos por la Patria, en Bartolomé Mitre al 300, un flor de edificio de seis pisos. Dos de ellos son para Massita y su gente; uno, para Axel Kichi, pero solo fue una vez, a conocerlo; Wadito, jefe de campaña, tiene otro, medio vacío, porque tampoco va; el equipo de Leandro Santoro, otro, y el restante lo ocupan los recaudadores: concurrido, vital, me hizo acordar a los Báez en La Rosadita.
Es decir, salvo ese piso y los de Massita, en el resto predominan oficinas vacías y poca o ninguna comunicación entre las distintas tribus. Compañeros del espacio popular que no se hablan: qué cosa más fea. Pero, claro, imposible entender ese clima si no se repara en la naturaleza de las personas: Massita desprecia a Kichi, y Kichi menosprecia las habilidades económicas de Massita, y Wadito sigue ofendido y no consigue apreciar las bondades de haber sido salvado de un papelón en las urnas. Un histórico operador del conurbano, al que encontré en la cafetería, me dio su explicación: “Estamos a metros de la Casa Rosada: nos llegan las ondas negativas de Alberto”. Contó que muchos lo llaman “Gallego”; no por “Fernández”, sino por representar mejor que nadie la saga de los chistes. Los peronistas son tipos de corazón duro.
Durísimo: ellos amasan fortunas en ese búnker de lujo mientras a unos pasos, en la Plaza de Mayo, todas las noches se forman las colas del hambre; gente que desafía el frío y espera durante horas para recibir raciones que entregan ONG.
Massita, me quedó una pregunta colgada: qué les estarías proponiendo en tu campaña a los que no tienen ni para comer.
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