La película de Lucrecia Martel que marcó una época: "LA CIÉNAGA" 20 AÑOS DESPUÉS
11 de abril de 2021
Pasaron apenas 20 años, pero la realidad argentina es siempre tan dinámica, tan turbulenta, tan traumática, que pensar en el 12 de abril del 2001 es como internarse en el túnel del tiempo. Ese día, sin embargo, se estrenaba en la Argentina una película que –a diferencia de tantas- hoy sigue viva, moderna, vigente, y que a su vez marcó toda una época: La ciénaga, de Lucrecia Martel.
Presentada un par de meses antes en la Berlinale, de donde volvió no solo con un premio importante sino también con una inmediata consagración internacional, que le valió a la película una circulación infrecuente para un film nacional, el primer largometraje de Martel se volvió entonces (y lo sigue siendo) en una referencia, en la confirmación de que existía un Nuevo Cine Argentino, en contraposición al cine nacido al abrigo de los primeros años de la recuperación democrática (La historia oficial, por caso, de la que hace poco se cumplieron 35 años de su premio Oscar). Ese Nuevo Cine Argentino ya había tenido valiosas manifestaciones anteriores: los cortos fundantes de las primeras Historias breves (que incluía uno de la propia Martel) en 1995; la revelación de Pizza, birra, faso en el Festival de Mar del Plata 1997; la sorpresa de Mundo grúa en el primer Bafici de 1999, por citar algunos hitos. Pero sin proponérselo, a puro talento en todos sus rubros (que aseguró la productora Lita Stantic), La ciénaga terminó de consolidar ese movimiento que nunca quiso re
conocerse como tal, pero que sin embargo se impuso en el país y en el exterior con una fuerza de la que todavía se sienten sus ecos.
Más allá de lo que significó La ciénaga en ese contexto en particular, de su potencia intrínseca para amalgamar el cine que se venía haciendo a su alrededor, visto hoy el film de Martel no ha perdido nada de la modernidad con la que deslumbró en su momento. No ha envejecido, no ha quedado fechado, como tanto otro cine argentino que se hizo después. Y no lo ha hecho justamente por la forma en que está concebida. A pesar de la solidez de su construcción, La ciénaga sigue siendo una película libre, abierta, constituida por infinidad de detalles que van haciendo al todo. No depende de la rigidez de una trama ni de un desarrollo aristotélico sino de una apretada red de relaciones y complicidades familiares que se van imbricando y superponiendo unas a otras, conformado un coro de voces como nunca se había visto (ni escuchado) antes en el cine argentino. Y que sólo volvería a aparecer después en las siguientes películas de Martel: La niña santa (2004), La mujer sin cabeza (2008), Zama (2017).
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