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El acuerdo Milei-Macri cambia el juego electoral y reconfigura el sistema político; Massa busca pescar en río revuelto y se vislumbra a lo lejos la guerra por el liderazgo del peronismo.
Por Martín Rodríguez Yebra
LA NACION
Luis Barrionuevo tiene entrenamiento de astronauta para dar vueltas y vueltas sin marearse. Empezó el año como el padrino de la candidatura presidencial de Wado de Pedro, se alió en agosto a un triunfal Javier Milei para guiarlo en los pantanos de la casta y tuvo que apurarse a abandonarlo para no descubrirse, en medio de tanto giro, abrazado a Mauricio Macri. Acaso se ilusione con terminar el año celebrando con Sergio Massa, a quien de jovencito le daba lecciones de peronismo en los arrabales de San Martín.
El derrotero grotesco del sindicalista de los gastronómicos simboliza la extravagancia de la campaña electoral en esta Argentina que se hunde en la crisis económica; una batalla interminable, frívola en su contenido, escasa en empatía con la angustia social predominante y en la que el valor de la palabra se deteriora como un billete de 1000 pesos guardado en un cajón.
Massa entra como favorito a la final del 19 de noviembre porque se mueve como un tiburón en las aguas de la ambigüedad y vio antes que nadie que para ganar en condiciones adversas tenía que construir una épica del mal menor.
Cristina Kirchner lo aceptó como salvador circunstancial cuando se asomó al abismo de una derrota catastrófica. Los pibes de La Cámpora se abrazaron a la escoba que los quería barrer con el fervor militante que reservan para sus causas sagradas. A Massa le alcanzó un puñado de gestos para convertirse simplemente en “Sergio”: defender la educación estatal, repartir fondos públicos como si no hubiera mañana y esbozar un sueño aspiracional de mejorar los salarios. El miedo a laderecha obró entonces el milagro del peronismo unido en medio de un vendaval inflacionario y de la amenaza constante –tan a menudo cumplida– de una corrida de dólar.
Su principal oposición pulverizó el favoritismo que le atribuían las encuestas y el sentido común sin siquiera interrumpir al oficialismo y al candidato de Unión por la Patria en su afán de simular que en la Argentina no hay un gobierno en funciones. O, en todo caso, que lo hay pero está en manos de un holograma sonriente llamado Alberto Fernández.
Massa ejecutó un preciso ejercicio de deskirchnerización paulatino. Empezó la campaña al lado de Cristina y se fue adueñando del escenario a medida que se completaba la transfusión de votos incondicionales. Aceptó gustoso la colectora de Juan Grabois en las primarias para que el kirchnerismo visceral pudiera condimentar el sapo que iba a tragarse.
Esa versión todavía demasiado kirchnerista de Massa le dio un tercer lugar indecoroso en las PASO, por debajo de los 30 puntos y con la derrota adosada de su esposa, Malena Galmarini, en la disputa por la intendencia de Tigre.
Pero el tsunami libertario de Milei, lejos de hundirlo, fue el combustible de la revancha. No hubo incentivo mejor para completar el proceso de despegue con el pasado kirchnerista, mandar a Fernández de gira mundial y blindar el silencio estratégico de Cristina. Para reposicionarse en la carrera le bastó con activar el miedo al espectáculo que daba su rival, aferrado a una motosierra y bailando en éxtasis entre imágenes de bombas atómicas.
Diluyó al kirchnerismo que lo sostiene en una dulce melodía de “unidad nacional”, familia y trabajo, mientras fuera de cámara apretó las tuercas de gobernadores, intendentes, sindicalistas y punteros para que esta vez usen a discreción el viejo manual de picardías electorales. Como usó él la caja del Tesoro nacional para satisfacer las necesidades estratégicas de la campaña.
Dio resultado. La sorpresa de su victoria con 36,7% en la primera vuelta del domingo lo elevó al altar de los héroes del peronismo, donde destacan especialmente aquellos que ganan por imperio de la audacia. Para medir la magnitud de la hazaña vale leer otra vez los resultados de las PASO, donde casi 3 de cada 4 votantes se expresaron en contra del gobierno. Y desde entonces la situación de la economía –que está a su cargo– no hizo más que agravarse. Una verdadera gesta conservadora ante el clamor de cambio.
Cristina Kirchner, en la terraza de la Confitería Del Molino: una pose distendida, como si lo peor para ella ya hubiera pasado. ¿Pasó?Twitter
Este Massa que ganó solo está a un paso de alcanzar el poder que persigue desde hace 10 años con distintos ropajes. De lograrlo, asumirá con un bloque de diputados dominado por La Cámpora y con la provincia de Buenos Aires en manos del cristinista Axel Kicillof, reelegido con cifras monumentales y a quien podría picarle el bichito de la sucesión presidencial.
La lógica del poder en el peronismo indica que detrás del discurso de la “unidad” –ahora contra Milei y Macri– se está incubando la próxima guerra interna por el poder. La que activaron Eduardo Duhalde contra Carlos Menem; Néstor Kirchner contra el propio Duhalde y la que nunca se animó a declarar Alberto Fernández contra su vicepresidenta. Los que hoy se cuelgan de Massa en el “no pasarán” contra Milei temen, en el fondo, ser la presa que abraza al tigre que puede devorarlos.
El susto de Milei
Javier Milei, en una recorrida de campaña después de las elecciones
La potencia de un peronismo ganador apichonó a Milei, que pasó de un triunfalismo que bordeaba la soberbia al estrépito de un fracaso posible. “Ahora tenés que guardar bajo llave la motosierra”, le dijo el domingo a la noche uno de sus principales consejeros.
Se activó de inmediato el puente que había construido durante meses con Macri, en busca de una transformación en tiempo récord que le permita perforar la burbuja de voto fanático que cosechó con la dolarización, el grito contra la casta y pinceladas de terraplanismo de ultraderecha.
Patricia Bullrich, a punto de dar la conferencia que blanqueó la fractura en Juntos por el CambioFabián Marelli - LA NACION
El león mantuvo la melena, pero se convirtió en vegano. Visitó a Macri en su chalet de Acassuso, donde lo esperaba también Patricia Bullrich. Parecía la escena de una rendición incondicional ante los derrotados del domingo. Milei se comprometió a moderar sus posturas, se mostró abierto a abrir su gobierno y a asumir ideas de racionalidad política que hubieran sonado a herejías en su boca cinco días antes.
Bullrich y Milei se pidieron perdón mutuamente. Él aceptó que cuando la acusó de “montonera tirabombas” lo hizo sin más información que la que le contaron que estaba en un libro de no ficción. Ella acaso dejó de pensar que las ideas de Milei son “malas y peligrosas”, como dijo en el acto de cierre de campaña. Al parecer tampoco estaba tan convencida de que las listas legislativas de La Libertad Avanza hubieran sido una pieza de autor a cargo de Massa.
El acuerdo Milei-Macri-Bullrich se cerró en secreto de madrugada, se anunció con una conferencia de prensa de la excandidata al mediodía siguiente y lo coronó Milei con la publicación en redes sociales del meme de un pato y un león cariñosamente abrazados.
La imagen que compartió Milei tras el acuerdo con Bullrich
Lo sucesivo tuvo la fuerza de la bomba que Bullrich no puso en el jardín de infantes. Juntos por el Cambio explotó ante la evidencia de que el macrismo daba un salto que el resto de la coalición no comparte. Los radicales, Horacio Rodríguez Larreta y gente tan diversa como Elisa Carrió o Miguel Ángel Pichetto sienten una distancia imposible de asumir con las posiciones ideológicas que defendió Milei, sus rasgos autoritarios y su escaso apego por consensos básicos del sistema democrático que está por cumplir 40 años. Descreen que pueda moderarse por efecto del entorno.
Los nuevos aliados responden a fuerza de pragmatismo: “Es Milei o 20 años más de kirchnerismo”. Asumen la premisa de que Massa, de llegar al poder, fagocitará a los radicales y al larretismo, eliminará todos los límites institucionales y marchará hacia una suerte de chavismo sin uniformes.
El racional de Macri y Bullrich es que Juntos por el Cambio tal como lo conocimos no quedó en condiciones de encarnar la oposición a un gobierno de esas características. Desunido en los afectos y sin cohesión ideológica era un caramelo para las garras del tigrense. Milei les ofrece un repechaje después de la derrota del domingo. La reconstrucción del sistema político está a la mano. Con la posibilidad de ganar y tener “el mejor gobierno posible dadas las circunstancias” (Milei tutelado). Y en caso de perder, formar una coalición entre La Libertad Avanza y al ala dura del Pro que sería un contrapeso real, validado por los votos, aglutinado por las ideas y con capacidad de generar expectativa de poder a futuro.
La estrategia obliga a Milei a pintarse la cara por la causa antikirchnerista para seducir al 23% que eligió a Bullrich el domingo. Necesita que su 30% valide la reconfiguración del concepto de casta y vaya una vez más a apoyarlo en las urnas. Que entiendan que ya no es “que se vayan todos” sino “casi todos”.
Juntos por el Cambio y también el Pro son daños colaterales del pacto de Acassuso, aunque las razones del divorcio vienen de lejos. No hay culpables e inocentes. Queda desarticulado así un instrumento electoral exitoso durante 8 años. Una coalición política y social que fue capaz de unir miradas diversas dentro de un ideario republicano común. Que había sido un vehículo eficiente para la participación política del no peronismo como no existía desde el auge del alfonsinismo.
Larreta, la UCR, Carrió y los gobernadores electos se ataron a la neutralidad, sin tener la certeza de que sus seguidores vayan a valorar como un gesto la aceptación de la derrota y el repliegue a cumplir el papel de oposición de los dos extremos a los que combatieron durante meses.
El éxito de Milei depende de que la grieta kirchnerismo-antikirchnerismo aún vertebre la disputa política argentina.
Massa lo sabe y por eso acelera su aparente independencia, deja a Cristina en el Sur, coquetea con los radicales y promete pasar la página de este presente oscuro del que es gran protagonista. Se permite, incluso, el lujo de presentarse como “el orden”, en medio del fuego cruzado en la oposición y las excéntricas apariciones televisivas de su rival, que sigue sin una estrategia clara de campaña.
De triunfar, Massa asumirá con la oposición dividida en dos polos ideológicos y con sus figuras cruzadas por rencores personales. Acaso sea el escenario ideal para lanzarse a las distracciones de la interna peronista.
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