Perón y yo: intimidad de un general en el exilio
Perón buscando hormigueros en la quinta 17 de Octubre en Puerta de Hierro, Perón fumando cigarrillos Saratoga que le llevaban de Buenos Aires, Perón poniendo en marcha a diario -para cuidarle la batería- un Volkswagen que nunca sacaba del garaje, Perón tomando sopa, Perón quejándose de que debía costear las fotos suyas que reclamaban de a centenares desde Argentina, Perón encargando misiones secretas con Fidel Castro en Cuba, Perón ordenándole a López Rega que se callara la boca y fuera a preparar ñoquis.
A 45 años de su muerte, Clarín entrevistó a cinco hombres que tuvieron trato cercano con el general durante su exilio en España. Son de los pocos que lo conocieron en su intimidad y aún viven. Algunos de ellos se definen como "los sobrevivientes". Jóvenes en aquellos años violentos, los rebelaban los bombardeos aéreos a Plaza de Mayo de 1955, los fusilamientos de José León Suárez, la proscripción del peronismo.
Los que lo visitaron en Madrid quedaron encandilados con la figura de Perón. Lo describen con palabras calcadas: amable, divertido, fumador (decía que los Saratoga eran malos pero que le gustaban), austero, frugal en las comidas, elegante, de entristecerse al recordar a Evita, aunque ya estaba casado con Isabelita.
Alguno, incluso, lo describe algo avaro al recordar que se quejaba porque debía pagar de su bolsillo las fotos suyas que le pedían de manera continua desde la Argentina.
También coinciden en acabar con un viejo mito que se le atribuye a Antonio Cafiero: Perón era hincha de Rácing y no de Boca Juniors.
Aunque algunos tuvieron contacto cotidiano con él y una confianza extrema, nadie se atrevió a tutearlo. "General", le decían. Perón tampoco tuteaba a sus interlocutores, por más que fueran muy jóvenes.
"Tenía esa forma educada en extremo y deferente a su interlocutor que tienen los viejos criollos. Cierto gusto por escuchar y quedarse callado", lo recuerda Juan Manuel Abal Medina (padre), quien fue secretario general del Movimiento Peronista entre 1972 y 1974. Como delegado directo de Perón en esos años, fue el responsable de organizar su regreso a la Argentina.
Abal Medina, el histórico sindicalista y dirigente peronista Lorenzo Pepe, el ex ministro de Gobierno bonaerense y ex presidente del Consejo de la Magistratura Manuel Urriza, el cineasta y senador Fernando "Pino" Solanas y el abogado y ex presidente de la bancada de Diputados del FpV Héctor Recalde fueron entrevistados por Clarín.
Si la Argentina peronista fue cautivada políticamente por Perón, estos cinco hombres quedaron hechizados. Casi medio siglo después todavía hablan de Perón con reverencia y amor.
Abal Medina no era peronista, venía del nacionalismo católico. Fue a Madrid -por una gestión de Antonio Cafiero- y pudo pagarse el pasaje aéreo para ese primer viaje con ayuda de su padre.
"El general me captura el primer día que lo veo. Pero diría que peronista me hago entre el día que matan a mi hermano (Fernando, dirigente fundador de Montoneros, muerto en 1970) y muchos de sus compañeros me dicen que tenía que estar con ellos. Me hago propiamente peronista el día que conozco a Perón. Y no puedo determinar qué día fue, porque perdí el pasaporte, pero fue en enero de 1972".
Héctor Recalde tuvo un trato más breve -menciona tres o cuatro reuniones con el general en las oficinas del empresario Jorge Antonio en Madrid-, pero el primer contacto le cambió la vida: "Yo era un peronista racional hasta que en 1965 me encontré con el general y me convertí en un peronista emocional".
Para Lorenzo Pepe el primer encuentro fue abrumador. Peronista desde que usaba pantalones cortos - su padre lo llevó "de la mano" a Plaza de Mayo el 17 de octubre de 1945-, el general de entrada nomás, a modo de saludo, lo abrazó fuerte.
Pepe, que fue a Puerta de Hierro por encargo de la CGT de los Argentinos, había llevado un cuchillo hecho con el acero de la caldera de una locomotora desguazada, regalo de los obreros de un taller ferroviario.
Aún se asombra con la pregunta que le hizo Perón tras desenvainar el cuchillo: "¿Cómo está templado el acero? ¿Al aceite o al agua?". Para el ex sindicalista, y actual titular del Instituto Nacional Juan Domingo Perón, la anécdota grafica que no había área que el exiliado general desconociera.
Cuando hablaron de política, a Pepe le pidió que lo hicieran en voz baja. "Es olfa de Franco", le advirtió sobre la empleada doméstica que cumplía tareas en la quinta.
"Perón era un monstruo lo que sabía de historia. Era una barbaridad. Te podía hablar de obras completas y de todos los grandes autores. Tenía mucho conocimiento y mucha sabiduría, pero no te hacía sentir su superioridad. Tenía un trato amable y lleno de humor", lo describe Pino Solanas, quien junto al fallecido Octavio Getino visitaron un sinnúmero de veces al general entre fines de los 60 y comienzos de los 70, en Puerta de Hierro.
Todos coinciden en calificar como un personaje insignificante, casi un sirviente, en aquellos años en España al después todopoderoso José López Rega.
Manuel Urriza se acuerda de un domingo que charlaba con Perón y López Rega los interrumpió. "Cállese un poco la boca y váyase a hacer los ñoquis", lo cortó el general.
"Una vez lo vi a López Rega levantando la caca de los perros. Tanto que hablan de López Rega, ese era el trabajo que hacía en la casa de Perón en el exilio", observa Lorenzo Pepe.
A Urriza, en aquellos años, Perón le encomendó una misión secreta: le dio una carta para que le llevara a Cuba a Fidel Castro. Se la entregó en mano al comandante cubano, quien no la abrió delante suyo. Nunca supo de su contenido.
En las jornadas que caminó con Pino Solanas por el parque de Puerta de Hierro -los árboles los había plantado el propio ex presidente-, Perón trataba de encontrar los hormigueros que poblaban su propiedad. "Tenía una batalla con las hormigas", rememora el hoy senador.
Otra de sus obsesiones de aquella época era un Volkswagen cupé. "Un modelo que después desapareció, de líneas muy modernas, de dos colores, uno era jade, precioso", describe Pino.
"Todas las mañanas lo ponía en marcha por la batería”, agrega el cineasta. Eso sí: nunca lo vio a Perón sacar el auto del garaje.
A Pepe una vez le confío:
- Yo lo voy a ver al general De Gaulle en mí auto.
"Él iba manejando su propio auto hasta París", se admira Pepe.
Urriza -abogado, había viajado a hacer un posgrado a España- lo visitó los domingos durante dos años en la quinta. Descubrió enseguida que era un privilegiado: a esa hora el general estaba habitualmente solo debido a que Isabelita y López Rega iban a misa.
Hay coincidencias en los relatos en que los gastos de la casa los afrontaba el empresario Jorge Antonio. Ambos tenían una íntima relación, pero tampoco se tuteaban. "Don Jorge" y "General", evoca Urriza.
La vida que llevaba Perón en su exilio español era austera.
"En la casa del general normalmente se comía una sopa y un pequeño, pequeño pedazo de carne con papas. Tomaba media copita de vino con las comidas", cuenta Abal Medina.
A veces, el general hablaba en su intimidad de Evita e incluso, apunta Urriza, Perón llevaba encima una foto de su fallecida mujer.
A Pino Solanas también le contó de ella: "Cuando hablaba de Evita, cambiaba. Se emocionaba, mezcla de cariño, de culpa, de una cuenta pendiente. Un amor muy fuerte".
Lorenzo Pepe destaca desde lo político la figura de Eva Perón.
"Voy a decir una enormidad. Si Eva hubiera estado viva, difícilmente Perón hubiera sido derrocado. Eva hubiera peleado contra los golpistas. Y detrás de Eva estaba todo el movimiento obrero, aunque claro con las consecuencias que hubiera tenido una pelea entre hermanos".
Pino una vez se cruzó con el médico de Perón en la quinta 17 de Octubre.
- Doctor, usted cree que es bueno que Perón regrese a la Argentina, le preguntó.
- No, eso va a acortar la mitad su vida. Puede vivir muchos años, siempre que viva acá, fue la respuesta del médico.
El regreso definitivo de Perón a la Argentina fue el 20 de junio de 1973. Murió 376 días después, el 1º de julio de 1974. (Fuente: www.clarin.com)