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El pescado, o la caña de pescar

El domingo 18 de noviembre se celebró la segunda Jornada Mundial de los Pobres instituida por el papa Francisco, bajo el lema tomado del salmo 34, "este pobre gritó y el Señor lo escuchó".

Me resuena el reproche de un político que me dijo que estaba harto de que el Papa y algunos obispos hablaran tanto de los pobres, que la iglesia dejara de reclamar en su discurso por los pobres y hablara más del amor de Dios, y que ningún gobierno anterior repartió tantos planes como el actual.

Me resuena el mandato de Cristo y casi toda la historia de la Salvación narrada en la Biblia, donde desde el inicio mismo de la creación, Dios manda a cuidar a los huérfanos, a las viudas, a los enfermos, a los niños, a los ancianos, a los desterrados, a los sin trabajo. Un llamado constante al compromiso con los más necesitados del mundo.

Me resuenan las estadísticas elaboradas por los mismos políticos que hablan del crecimiento desmesurado de la pobreza en el mundo y en especial en nuestro país, pobreza que creció desde el inicio de la democracia de un 7% a más de un 30%.

Y les echamos la culpa a los mismos pobres diciendo que no quieren trabajar.

Me resuena la pelea férrea de Eva Perón con la Sociedad de Beneficencia, damas que resistían su presencia en la acción social del Estado y la primera dama, dando batalla por superar el concepto de asistencialismo, que a lo largo de los años se fue consolidando, irónicamente, como un modo denigrante de tratar a los pobres de la patria, sostenido en el tiempo por sus mismos seguidores.

Me resuena nuevamente la afirmación del político en cuestión, "ningún gobierno repartió tantos planes como el actual", y me pregunto si toda la política social de las últimas gestiones, desde la caja PAN hasta los planes nacionales y populares, pasando por todas las gestiones de peronistas, liberales, populares, etc., siguiendo el mismo derrotero: hacer asistencialismo como las sociedades de beneficencia de fines del siglo XIX, que en su momento cumplieron un rol importante, pero no escucharon plenamente el clamor del pobre.

El meollo de la cuestión

Este es el meollo de la cuestión, la paradoja existencial de la pobreza, "dar el pescado, o enseñarles a pescar". Más que una paradoja, cuando nos disponemos a escuchar al pobre, cuando decidimos hacer un poco de silencio y hablar menos, dejándonos de llenar la boca de los pobres, cuando somos capaces de escuchar y condolernos, podremos salir en su auxilio, entenderemos que no es una paradoja dar el pescado o dar la caña de pescar, sino que son complementos necesarios en la labor de promoción de los pobres hacia un camino de libertad.

En este tiempo, estamos rodeados de tantas formas de pobreza, no solo la pobreza sociológica, hay una pobreza existencial, del que no tiene trabajo, el que no tiene techo ni tierra, del que resignó su libertad por las drogas, del que está abandonado porque no representa los estándares de belleza o presencia, del que aún trabajando no llega a fin de mes.

Debemos esforzarnos por comprender quiénes son los verdaderos pobres, a los que estamos llamados a dirigir nuestra atención para escuchar su grito y reconocer sus necesidades. Debemos escucharles, con el oído y con el corazón. Este mundo narcisista nos tiene pegados al espejo mirándonos a nosotros mismos y buscando nuestro propio bienestar.

Nos molesta el grito de los pobres. Por eso, es fundamental hacer silencio, detenernos y escucharlos.

El asistencialismo como paliativo es bienvenido cuando es paliativo, pero les debemos una "asistencia amorosa", como dice el Papa en el documento Evangelii Gaudium, que implique compromiso de vida.

Hermanos necesitados

Escuchar, responder, liberar es la clave para vivir este tiempo de dedicación a los hermanos más necesitados. Liberar es promover, ayudarles a gestionar su propio progreso y allí una de las claves esenciales es la educación, una educación de calidad, con igualdad de oportunidades para todos.

Promover es, desde la gestión pública, generar y propiciar fuentes de trabajo reales, una verdadera política de producción donde toda la sociedad, autoridades y empresarios, profesionales y obreros, la asumen como política propia, "dar cañas de pescar y enseñarles a pescar"

Hoy podemos ver con más lucidez que con los mártires de la caridad, desde San Lorenzo hasta Teresa de Calcuta, los mártires del siglo XX, como el padre Ernesto Martearena, el obispo santo Oscar Romero y todos los que fueron sacrificados en América Latina, tenemos que aprender que la Iglesia no está llamada por Dios para dar de comer a los pobres, sino a comer con los pobres.

Eso es evangelio, el resto son doctrinas morales.

La jornada mundial por los pobres, en Roma, en el mundo y en Salta contiene acciones concretas que pretenden ser verdaderos disparadores para crear una conciencia en el mundo cristiano y en la sociedad toda, que debemos aprender a escuchar, responder y liberar a los pobres, esos prójimos que están aquí, cerquita nuestro. (Fuente: El Tribuno .Iilustración: Juan Serrudo)


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