Los rostros del fracaso político
La Argentina no se ha perdido ningún tipo de crisis económica. Estamos al tope ranking. Problemas de balanza de pagos, crisis cambiaria e inflación son endémicas y, por ende, reiteradas. Y en eso nos encontramos ahora.
Esto demuestra las diversas errores del repertorio ortodoxo y heterodoxo, pero también se advierten los rastros de lo que esconden las devaluaciones traumáticas. Naturalmente, y más allá de que cada crisis tiene sus propias señas particulares, existe una fecunda repetición del fracaso político.
El momento por el que transcurre la economía argentina es una muestra evidente de ese fenómeno, que no es otra cosa que la tendencia a retrasar los ajustes macroeconómicos, como si hubiera soluciones mágicas. Siempre es hambre para mañana.
Esa clase de haraganería, que sobrealimenta cuando hay viento de cola y les quita sustentos a los sectores de desarrollo genuino, se convierte además en una enorme fragilidad cuando los golpes vienen sin misericordia desde afuera.
Son una rareza los años en los que la Argentina tuvo alta liquidez en dólares; también son pocos los períodos con superávit. Y, para colmo, en esos ciclos nos dimos con todos los gustos y más.
El camino que había iniciado el gradualismo prometía una bisagra. Ni siquiera alcanzó a transitar cuando ya había agotado buena parte de la cuota inicial de la confianza.
El golpe de gracia empezó a gestarse cuando el presidente Mauricio Macri acudió al Fondo Monetario Internacional (FMI). Lo curioso es que las condiciones que luego firmó el Gobierno para tener los dólares que le pidió al organismo internacional–en un volumen que el país es incapaz de generar para cubrir sus huellas–ya se tornaron amarillentas.
Ahora se están gestando nuevas promesas para tener en forma anticipada los billetes que iban a llegar en desembolsos por etapas. Es la urgencia en la urgencia.
Pero se necesita una hoja de ruta concreta. Con el paquete de medidas recientemente expuesto, el Gobierno espera encontrar un ancla para estabilizar la economía, negociar y asegurar la viabilidad política, y dedicarse a atenuar los efectos nocivos de la terapia de shock que ya se sienten en la producción, en los salarios y en el empleo.
De toda crisis siempre se sale. La cuestión es a qué costo. Se descuenta que la inflación y la recesión serán mucho más dolorosas. Eso equivale a más hogares hundidos en la pobreza, que, en definitiva, son los rostros del fracaso político.
Sensatez y sentimientos
El dólar se ha convertido en la preocupación cotidiana de los argentinos. Es el termómetro que marca la confianza o desconfianza en las medidas del Gobierno nacional.
Si se toma este único dato, el resultado sería catastrófico para el Gobierno. La moneda estadounidense ya se apreció más de un 100 % respecto del peso en lo que va del año.
Han influido factores externos, como el alza de la tasa de interés en Estados Unidos, la guerra comercial de ese país con China, la devaluación en Turquía y la incertidumbre en Brasil por la elección presidencial del 7 de octubre próximo. Sin embargo, el peso argentino es la moneda que más se depreció en el mundo, debido a los errores en el manejo de la política monetaria por parte del Banco Central y por las decisiones que tomó el área económica.
La Argentina solicitó un adelanto de 3.000 millones de dólares de los desembolsos ya previstos en el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI), y una garantía expresa que esos fondos estarán disponibles para atender las urgencias de 2019.
Pese a la actitud positiva del FMI y de los gestos de apoyo del Tesoro de Estados Unidos, la desconfianza sigue predominando en las decisiones de los agentes financieros. Las dudas apuntan a si el Gobierno tendrá el suficiente apoyo político para encarar un recorte de sus gastos por 400.000 millones de pesos, en medio de un fuerte descontento social y cierta renuencia de los gobernadores peronistas.
¿Las medidas alcanzarán? No, si no existe la voluntad del peronismo de acompañar el Presupuesto 2019 y de sostener el acuerdo con el FMI en caso de llegar al gobierno. Voluntad y coordinación de políticas y políticos lucen indispensables. El panorama actual exige sensatez y sentimientos.
Sentimientos para comprender la frustración de amplios sectores con la marcha de la economía y la desolación de los más vulnerables ante una inflación imparable.
Y sensatez para trazar un plan en el que la prioridad sea limitar el gasto del Estado. También será común observar la actitud de cierta dirigencia política que se maneja con una hipocresía increíble, al tiempo que hay grupos que alientan la ruptura del orden democrático para evitar el castigo de la Justicia por los actos de corrupción.
Le cabe al gobierno de Cambiemos encontrar el equilibrio necesario en las medidas y una correcta comunicación sobre los enormes desafíos que enfrenta el país.
Se descarta una espiral inflacionaria
El mayor aumento de precios registrado, hasta ahora, no implica una espiral inflacionaria; es decir un aumento continuo en el ritmo de suba. Sin embargo, el fuerte aumento del dólar eleva los costos de las empresas.
Los precios sufren un empuje “de corto plazo” por la devaluación y el desbarajuste en los precios relativos. Sin embargo, si el Gobierno controla el dólar y reduce el déficit fiscal, la inflación empezará a converger en 2019 en torno al 25 % y junto con el ritmo de emisión de pesos por parte del Banco Central. Por ahora, la recesión impide que se traslade toda la devaluación a precios. Pero aún así la clave es contener la suba de la moneda estadounidense.
Una vez que se estabilice el dólar resultará importante el ancla monetaria. Esto es controlar la cantidad de dinero, y de salarios, ya que si después suben más que los precios darán otro empuje a la inflación.
Hay que ver cómo reacciona el mercado. Hasta ahora, la parte de la devaluación que se trasladó a precios es baja. Pero va a llegar el momento en que las empresas no podrán sostener esta suba del dólar reduciendo los márgenes de ganancias. Se descarta una espiral inflacionaria
Una vez estabilizado el tipo de cambio, el Ministerio de Economía volverá al esquema de metas de inflación como herramienta para controlar los precios.