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Un Año Nuevo: ¿Cuestión de Suerte?

Cuando se inicia un nuevo año suelen aparecer muchos agoreros lanzando pronósticos futuristas, muchos de ellos, amenazantes y catastróficos. Junto a ellos aparecen los deseos de bienestar y prosperidad de los amigos y parientes. Los mensajes de salutación tienen también esa tendencia a mirar el año que pasó como el peor de todos, y quedamos espectados como sobrevivientes de una guerra atroz. Con los años que tengo y un poco leído, aun no puedo entender esa fuerte tendencia hacia lo morboso que tenemos para dar una noticia o mirar el futuro.

Recuerdo una siesta de invierno en el ingenio azucarero, cuando llegamos de visita junto a mis primos, a la casa de la abuela y una de esas tías beatas, que nunca faltan entre las familias tradicionales y numerosas, nos obligó a escuchar una noticia de la revista Radiolandia, donde narraba el mensaje o secreto de Fátima. Nosotros pensábamos que la Virgen diría cosas lindas a los niños hablándonos de Jesús, pero al parecer la narración tenía que ver con un secreto atómico o nuclear.

Lo cierto es que quedamos aterrados y no queríamos movernos agarrados de la falda larga de la abuela. No entendía de los castigos que prometían sobrevenir. Así llegamos al año 2000, esperando que algún despistado meteorito se estrellase contra la tierra y fuésemos todos disparados por el aire con lluvia de fuego y todo eso que narraba la tía Goya, allá por 1970.

Nada pasó y llovieron miles y miles de fuegos de artificio por el aire –lluvia de fuego a la inversa-, celebrando la llegada del nuevo milenio. Los agoreros partieron sin pena ni gloria esperando la explosión atómica o celestial.

Han pasado 17 años de esa expectativa felizmente frustrada y cada día estoy más convencido que el futuro lo construimos jornada a jornada, con energía cósmica,bendición de Dios, impulso del espíritu, o lo que fuere, pero no sin el esfuerzo nuestro, sin el trabajo y la armonía necesaria en la convivencia.

De Dios sabemos que nos ama infinitamente y vino en la persona de Jesús por el misterio de la Encarnación, para que tengamos vida y la tengamos en abundancia. Dios no se complace en la muerte de sus fieles.

Quizá sea tiempo que los cristianos pensemos en cristiano, hablemos en cristianos, sintamos y amemos como cristianos. Y los creyentes puedan confiar plenamente en Dios, que nos dio el don de la libertad para construir nuestro propio futuro. El destino es algo que se construye desde la confianza en Dios, en uno mismo, y en la libertad.

“El que te creó a ti sin ti no te salvará a ti sin ti”, decía San Agustín o podría haberlo dicho. Hagámonos cargo de nuestra propia existencia y dejemos de repartir culpas de las cosas que no logramos o de las que nos salen mal. Todo lo que acontece en nuestra vida, aún lo más difícil y duro, tiene sentido. Hay que descubrirlo y ponernos de pie y comenzar a transitar la propia existencia en paz, en libertad y en confianza.

El miedo no educa, paraliza y anula la libertad. Una religión basada en el miedo no es cristiana, una religión basada en la esclavitud no es cristiana, una religión basada en la resignación o en la angustiante aceptación de las desgracias no es cristiana. Cristo saludó en todo momento después de la Resurrección con una sonrisa diciendo “no tengan miedo” y “alégrense”, y lo hizo solamente porque con su muerte y su resurrección venció nuestra muerte y nos comunicó la vida plena hacia la cual caminamos inexorablemente.

La suerte está en nuestras manos. Dios está de nuestro lado. Lo demás, son cuentos de viejos y de viejas, con todo respeto y cariño a la tercera edad.

¡A construir el futuro con el coraje de ser positivo!


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