De Vido, Morsa versión 2017
El peronismo, cuando se recupera o vuelve, carece de adicción a la venganza. Epidemia -la venganza- que enturbia la lucidez de sus adversarios. Con las pasiones mal invertidas. Les corresponde gobernar y se desgastan en odiar.
Interesados en la reconquista del poder perdido, por complejo de culpa los peronistas se obstinan en lograr que los adversarios los acepten. Al contrario, cuando el peronismo es desalojado del poder (donde siente más cómodo), el adversario eventual, sea de facto o democrático, se debate en encontrar la fórmula eficaz para extinguirlo. A través del nuevo movimiento histórico, como lo intentó Alfonsín. O desde la hegemonía banal, oralmente autoritaria, del cambio hueco. Para anunciar la desaparición del peronismo, decretar la definitiva inexistencia y condenarlo a ser, en adelante, mero objeto de estudio para arqueólogos de la historia. Mientras se habla gratuitamente de la mortandad del peronismo, aparecen tres o cuatro libros mensuales. Con la alucinada misión de interpretarlo. “El peronismo se terminó, no existe más, convencete”, le dijo Macri, Presidente del Tercer Gobierno Radical, al amigo peronista. Para persuadirlo, con típica tonalidad de estudiantina. Y descalificar la utilidad melancólica del sentimiento racional (conste que aquí se evita la palabra ideología).
Ante otro fracaso de la virtud
En nombre del cambio o la modernidad, los transitorios vencedores creen siempre en el argumento infalible que los sostiene. Al estamparse de frente con la realidad, se reduce la inconsistencia del deseo voluntario. Para generar, de pronto, el desconcierto, la doble decepción. Por haberlo creído acabado, primero. Y sobre todo por el severo riesgo del regreso. Con más ganas de cobrar que de vengarse y humillar. Se explica entonces la reacción. La negación categórica. El acotamiento que produce la impotencia del rencor. Se sumergen los adictos en actos grotescos de intolerancia, que se extienden entre las cloacas de las redes sociales. Y se prolongan en manifestaciones patológicas, desatadas desde los medios de comunicación. Los convencidos defensores del nuevo régimen que colapsa se enceguecen. Constatan que no les alcanzó, con la victoria envejecida, para atenuar la actitud de los partidarios de aquello que creyeron superado. Y que se disponen, para colmo, a volver. Con la impertinencia gestual de la “Ve de la Victoria” entre los dedos, o en la seguridad de la mirada. El fracaso de la virtud que se pregonaba, se suma al riesgo del retorno de lo que se creía extinguido. Pero vuelve, tal vez peor que antes. Arrastra hacia la proximidad de lo caótico, le brinda un dibujo impresionista al apocalipsis. Cuando se trata, apenas, del “ocaso de otra ilusión”. La culminación previsible, el hundimiento en el fango del deterioro. Por la sucesión de los errores precipitados, que derivan en la antesala de otra flamante frustración. Los indignados se exceden. Aunque se trate de una elección legislativa de medio término. En una instancia donde el Congreso carece de valor. Ya que se encuentra, cabe consignarlo, literalmente paralizado. Surcado por el onanismo ontológico que lo complementa. Aunque de pronto el Congreso despierta de la siesta para depurarse. Para condenar y expulsar, en el éxtasis del manoseo, al indigno. El macrismo juega dolorosamente su reino en nombre de la dignidad. Para producir la separación, o la expulsión, o el humillante desafuero, del funcionario convertido en una síntesis vibrante del kirchnerismo cuestionable. El cuadro más representativo del régimen anterior, “depuesto” por los votos. Régimen deplorable que justamente se encuentra en condiciones renovadas de vencerlo. Sin ponderaciones morales ni sed de venganza. En la práctica, los dignos pierden la batalla contra la indignidad. “Los inmorales nos han igualau”, según Cambalache. Tango. Mientras tanto la virtud pregonada estalla, por la prepotencia de su debilidad, en pedazos.
Drama de Ibsen
Paciente construcción de La Morsa, versión 2017. Emerge Julio de Vido como el protagonista involuntario del drama inédito de Ibsen. A quienes lo rodean, los conduce hacia la vorágine de la situación límite. Sin la grandeza de “El Enemigo del Pueblo”. De Vido, El Enemigo del Pueblo, es el emblema, aparte, de la hipocresía cultural. De los altibajos del oportunismo nacional. Se le reprocha, desde los rostros duros, el invariable enriquecimiento. Con mil procesos. Como si en Argentina no se descalificara por estúpido a todo aquel que hubiera decidido presupuestos durante 12 años. Sin quedarse aliviado, financieramente realizado, con dos o tres generaciones de descendencia asegurada. “Solo es nociva la corrupción que no nos contiene”, confirma el personaje literario de Asís. “Si la corrupción nos contiene no es delito. Es astucia del pragmatismo”. De Vido es una situación límite, en primer lugar, para La Doctora. La que nunca, según nuestras fuentes, lo estimó. Consta que en 2007 La Doctora, para su presidencia ganancial, no lo quería como ministro. Le fue impuesto por Néstor, El Furia. Para desconsuelo de Alberto Fernández, el Poeta Impopular. Pero aquí no se trata de emitir valoraciones personales. La barbarie, en el fondo, es política. El calvario de De Vido, en diputados, se impone como el antecedente inmediato del calvario que le espera a La Doctora, en el senado. Por si no bastara el digno Eduardo Amadeo, El Conde Polaco, lo anticipa. Como gran reproductor de agua bendita, curtido en la ejemplaridad del cafierismo, del menemismo (que lo hizo ministro), y del duhaldismo (que lo hizo embajador). Por supuesto que los diputados que adhieren a La Doctora, en defensa propia, van a oponer la valla de contención. Para que De Vido permanezca en su lugar. Y naufrague la ofensiva de la doctora Carrió, la conductora que se puso la campaña oficialista al hombro. Junto al tecnicismo insulso de Tonelli, y la sudorosa instrumentación de Nicolás Massot, un joven de atributos que se desgasta con el parlamentarismo patrullero. Aunque la movida quede en el mero intento. Sólo para el reconocimiento de los grandes diarios, que también pierden y sienten el peso de la influencia acotada. Porque las portadas diabólicas, junto a la forzada dignidad de sus columnistas morales, orales y escritos, no sirvieron, en el fondo, para nada. Apenas para profundizar el placer manual de los convencidos que hacen catarsis en la red social. Sin embargo la movida es meritoria, de vuelo bajo y para la cuenta chica. Contiene la satisfacción de limar la imagen de quienes defiendan a De Vido. Aunque se trate exclusivamente de otra constatación para los dignos de la escuadra. Reflejo del segundo gran error. Enarbolar la corrupción como tema prioritario. Sin percibir que con la hegemonía de semejante producto, pueden perder igual. El primer error, menos que un acto onanista, fue un desacierto. Plantear la situación límite, el drama de Ibsen, entre la vida o la muerte. Estrategia a la bartola para el único distrito donde el kirchnerismo, con su frepasito tardío, y con los fierros del conurbanismo detrás, se dispone a taponarlos con votos. Sin contar siquiera con el móvil inspirador de la venganza.
Arrastrados
Chicanas efectivamente fáciles asocian a lo peor del kirchnerismo con los intereses comerciales de los barones del macrismo. Datos que sin gentileza se postergan. Se reservan para el periodismo patrullero, que florezca, invariablemente, en próximos ciclos. Aquí falta decir que De Vido proporciona otro drama de Ibsen para el principal objetivo que el macrismo necesita enchastrar. Es Sergio, el Titular de la Franja de Massa, siempre en el medio, tironeado como Tupac Amaru. Entre el peronismo de su familia y la medianía del GEN. Con deseos obvios de diferenciarse del macrismo (que se propone devorarlo). Y con el saldo relativamente positivo de la alianza contranatural con la señora Stolbizer. Pero Massa duplica la apuesta y por lo tanto su drama es más intenso que el silencio de La Doctora. Se ve arrastrado por el adversario que pretende reducirlo. En cierto modo, el viento adverso lo asocia otra vez a su amigo Diego Bossio, con quien compartió aquel churrasco inicial en el verano de Pinamar. Y arrastra a Florencio Randazzo, El Loco. El “Salvai dependiente” que caranchea a Sergio. Como si Massa y Randazzo no hubieran estado juntos, con De Vido, en el mismo gabinete que nunca se reunía. Pero los tres (Randazzo, Massa y Bossio) exploran el infantilismo triste del error. Después de todo, la deriva corrupta, frontalmente recaudatoria, del kirchnerismo, arrancó en 2003. “Robaba desde el Moisés” según el pensador Benedettini. Con ellos adentro. Aunque la ofensiva de Carrió y de Macri resulte insuficiente para echarlo a De Vido, les hacen pasar malos momentos a los arrastrados. Sobre todo con los peronistas que aguardan la hora del regreso. Y aún los consideran, a pesar de todo, rescatables. Equivocados pero propios.