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AMIA, 23 años de luto


Fue muy emocionante lo que me tocó vivir esta mañana. Yo tuve el honor y el compromiso de ser orador en los actos de la AMIA cuando se cumplieron 10 y 20 años del atentado. Pero esta mañana, en ese lugar tan inquietante arriba de ese escenario estuvo Diego, mi hijo, que apenas tenía 4 años cuando temblaron los vidrios en nuestra casa de Caballito.

Hoy tiene 27 y hablaba con una convicción que me convocó a las lágrimas. A su lado flameaban las llamas de las velas que reclaman justicia para las 85 víctimas del terrorismo de estado extranjero con complicidad de los fachistas argentinos.

En aquel momento, Diego estaba viendo dibujitos en pijama con sus primas de Córdoba cuando temblaron los vidrios.

“Esa vibración extraña- dijo Diego- Ni ellas de 12 y 15 ni yo de apenas 4 años supimos en ese momento que ese pequeño temblor que frenó por un instante las risas, ese paréntesis mínimo en los juegos habituales entre primos, en realidad sería la semilla del terror. La planta de la impunidad que siguió creciendo robusta y macabra durante estos 23 años”.

Para mi hijo: “Amia es nuestro dolor como comunidad. Como familia. Como país. Amia para mí también es esa ventana vibrando en el living de mi casa de Caballito, muy lejos de la explosión y al mismo tiempo tan cerca. Pero ahora Amia es, además, una responsabilidad. La responsabilidad que tenemos los más jóvenes de seguir reclamando justicia. De seguir persiguiendo la verdad. De honrar a nuestros muertos y jamás olvidar. De no dejar que nos quiten los sueño de un país justo y libre. Donde la justicia sea un orgullo. Donde no tengamos que enterrar más muertes impunes, donde no mueran fiscales en cumplimiento de sus deberes. Donde no quieran cambiar justicia por petróleo, cereales o vaya a saber qué cosa. Donde no nos escondan los pactos espurios que firman con los asesinos.

Cada 18 de julio los familiares piden justicia, con la convicción de que algún día llegará. Cada 18 de julio tiene que ser para nosotros, los de veintipico, la fuerza que nos empuje a salir también. A acompañar a nuestros abuelos, a nuestros padres y continuar el legado. El reclamo. La lucha. El grito. La paciencia. Le entrega. La entereza”. Y después siguió: “Es muy difícil para mí estar acá parado. Este escenario te cambia, te interpela, te obliga, te pregunta qué hiciste por la verdad. Cómo peleas contra la impunidad. Este escenario es muchos escenarios, son tragedias que todavía sangran, gritos que siguen sin oírse”.

Una vez más pensé que si fuera creyente sería una bendición ser padre de Diego. O que algo bueno debo haber hecho en la vida para que me premie con un hijo con esa ética de la responsabilidad y esos huevos.

Recordó una historia que yo le conté y conté por la radio muchas veces.

La de Sebastián Barreiros que fue el más chico de los 85 muertos y la de Faivl-Pablo, que se llamaba Faivl Dyjament y fue el más grande de los 85 muertos. La muerte no los discriminó, la bomba tampoco.

Un chico y un viejo, unidos por la muerte. Un no judío y un judío, unidos por la muerte. Uno caminaba por la vereda y el otro estaba en el corazón del edificio.

Sebastián y Faivl son dos argentinos que nos explotaron en la cara y que nos clavaron en la memoria esquirlas que todavía duran. Para recordar el dolor que no cesa. Sebastián y Faivl son las dos puntas de la vida y se encontraron en la muerte. Son mucho más que dos velas encendidas por la memoria. Son dos vidas inmoladas. Son dos almas en pena por la impunidad.

La muerte no los discriminó. Ojalá la vida tampoco los discrimine.

Hace tres años dije que la impunidad no es producto de una tormenta o un fenómeno natural. Es la construcción más nefasta que hizo el estado argentino con todos sus pilares. En la justicia, en el parlamento y entre 8 presidentes que pasaron y pasaron. El atentado terrorista más grave de la historia argentina y el crimen antisemita más grave ocurrido desde la Segunda Guerra Mundial nos hizo un agujero negro en el alma que hoy es imposible de llenar. Es como si 85 hermanos siguieran muriendo todos los días porque sus tumbas siguen abiertas porque no pueden descansar en paz.

En su momento, la bronca se multiplicó por ese pacto nefasto, tenebroso e incomprensible que el canciller Héctor Timerman firmó con Irán y que apenas asumió, el presidente Mauricio Macri dejó caer. Hoy Marcos Peña ratificó que ese terrorismo es un acto de odio contra la humanidad. Y que están trabajando en el senado para lograr la ley del juicio en ausencia y mantener firmes las alertas rojas de Interpol.

No olvidaré jamás que Héctor Timerman es el mismo canciller que se sentaba en primera fila a aplaudir lo mismo que aplaudía Luis D Elía, vocero iraní, fanático antisemita y violento promotor del fusilamiento de disidentes.

Irán es un país que se enorgullece del uso bélico de la energía nuclear y que quiere borrar al estado de Israel de la faz de la tierra porque niega la existencia del holocausto, la Shoa, la degradación más grande que tuvo la humanidad que fue el nazismo y el genocidio de 6 millones de personas en los campos de concentración y las cámaras de gas.

Héctor Timerman quedará grabado en la historia como el responsable de haber sido el ejecutor, el autor material de este crimen de lesa impunidad. De esta “alta traición al pueblo hebreo y al pueblo argentino”, según las palabras de su ex amiga y ex jefa política, Elisa Carrió. Un canciller no judío no se hubiera atrevido a tanto.

Y como si esto fuera poco. Ahora hay que sumar la víctima número 86, el fiscal Alberto Nisman que denunció a Cristina, Timerman y otros cómplices por encubrimiento de ese acto terrorista. Nisman está muerto. Mis convicciones informativas me dicen que fue asesinado aunque no pueda probarlo ante la justicia. Todo eso recordamos hoy. Contra toda esa impunidad luchamos hoy y siempre.

Para que llorar no se vuelve una costumbre. Para que las velas alumbren la oscuridad del crimen de lesa humanidad, de los países que fomentan el terrorismo, de la conexión local, del encubrimiento de estado. Para que nunca más.

Para que solo pidamos la muerte de la muerte para toda la vida. Para que no haya que llevar luto otros 23 años.

Hasta que cierren las heridas que todavía están abiertas. Hasta que se cierren las tumbas. Hasta que se abra la verdad.


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