Cisma y herejía
La política es además de todo, simbolización. La representación convierte un trapo de percalina en bandera nacional o divisa partidaria; ha proyectado así sobre la miseria de aquel harapo la enorme riqueza sentimental salpicada por las amarguras, triunfos y derrotas de un partido político. Cuando hemos sentido una divisa más allá del trapo deleznable lo elevamos a la categoría de símbolos y formas representativas.
El peronismo ha sufrido últimamente de parte de su ex presidenta, el desdén por los símbolos partidarios, cosas modestas que permanecen unidas a nuestro placer o nuestro dolor, ha echado al olvido la marcha partidaria, cambiado el nombre del movimiento y al trato de compañero lo ha trocado por el de conciudadano, al mejor estilo de la revolución francesa. Ha decidido competir por fuera del Partido Justicialista con el novedoso de Frente de Unidad Ciudadana. Como decía Borges, “en el nombre de la rosa está la rosa”. El nombramiento, es el acto de posesión espiritual, lo que identifica y da sentido de pertenencia que demarca y contiene y que identifica y da sentido. En el caso, el hábito hace al monje y el nombre es el partido.
La política como la religión, también tiene el pecado del cisma y la herejía. La mujer del látigo y de la lapicera, ha azuzado la dialéctica de la discordia por más de una década abriendo la brecha en la sociedad e imponiendo el anatema a sus adversarios y ahora ante la inminencia electoral, abandona a su partido y con un arresto de orgullo luciferino se declara dueña de los votos del Partido Justicialista. Silencia la marcha y abandona los símbolos partidarios y propone suturar la brecha que ella misma abriera y consuma así el cismo dentro de la sociedad enemistada y la herejía dentro del Partido Justicialista fragmentado y disperso.
Si antes abrió la brecha de la discordia y la división de su partido, hoy Cristina pretende cortar la historia en rebanadas para borrar la responsabilidad política y penal suya y la de sus funcionarios, que ocuparon el 80% del tiempo en el poder después de la restauración democrática. Ni Menem ni Duhalde fueron peronistas, tampoco lo fue De Vido ni López. Éste último que evocara las andanzas de Don Juan Tenorio especialista en escalar muros conventuales durante la Edad Media, hoy su sucesor viola el recinto sagrado y las reglas monjiles introduciendo bolsos con dólares, mientras ella aparece inmaculada y virginal como la Venus emergente de Botticelli.
Los gatos son al efecto/de su gobierno/el índice perfecto.
Olvida la ex presidenta que sólo el Mesías nació por partenogénesis y que solo Dios hizo el Universo ex – nihilo.
El presente con logros y desatinos, es producto de varias generaciones que anteceden y que han contribuido a su acumulación. De aquellos barros, estos lodos. La historia es maestra de la vida, como decía Cicerón, o será un relato contado por un loco para muchos idiotas, como decía Shakespeare, que hoy pretende Cristina.
Hay dos clases de conversiones, es la una cuando se cambia de conducta y es la otra cuando se cambia de doctrina. Es muy corriente que una persona modifique o altere las ideas que profesa como verdades, y no menos frecuente que al modificarlas o alterarlas ni modifique ni altere su conducta. Su conducta permanece inalterable por darle la razón a Borges, quien calificara a los peronistas de incorregibles. En cuestión de métodos sigue con rigor el principio que el fin justifica los medios, regla ésta que no está en su talante modificar.
En cuanto a la doctrina, es posible que la cambie como cambió su aliño indumentario. Total, “lo que es moda no incomoda”, o tal siga el consejo del modista de María Antonieta (la reina de Francia que fuera decapitada), que “lo nuevo es lo viejo olvidado” dando así cumplimiento a la sugerencia del Conde de Lampedusa: “que cambie todo para que no cambie nada”.
La domadora con látigo en mano hace rugir sus leones domesticados. Los leones empezaron a mostrar sus garras.
(*) El autor es abogado y político radical salteño