Estética de murciélagos
El “2 por 1” y el apoyo a Macri de la familia militar.
“Los murciélagos no ponen el hombro ni para dormir”. G.G.
El cántico que suele identificar a Mauricio Macri con “la Dictadura” es agraviante e injusto. La sobreactuación de una chicana excesiva que reduce. Pero debe aceptarse que, quienes defendieron en su momento a “la Dictadura”, hoy apoyan con ideológico entusiasmo a Macri. Inapelable. Consta que la “familia militar” es parte gravitante del sostén más duro del Tercer Gobierno Radical. Espera, por supuesto, que Macri les retribuya. Que atienda las imposibles reivindicaciones.
La vigente versión de la democracia, reiniciada en 1983, es directa consecuencia del militarismo catastrófico que supo estrellarse en Malvinas (el pensador Alejandro Horowicz alude a “la democracia de la derrota”). En principio, el presidente Raúl Alfonsín tuvo la valentía radical de enjuiciarlos. De instalar la post verdad del slogan. “Nunca más”. Pero los tenientes coroneles, capitanes y mayores, en 1987 se pintaron las caras con betún. Para conmover a la sociedad, y arrancar al alfonsinismo la concesión de dos leyes. Obediencia Debida y Punto Final. Después fue el peronismo. A través del Presidente Carlos Menem, se les proporcionaron los indultos que facilitaron las libertades aceleradas. Pero les vació el presupuesto. Al primer asomo de rebelión no vaciló en doblegarlos a tiros. Sin embargo, con otra versión del peronismo que se re-significa, ahora a través del Presidente Néstor Kirchner, se les anularon los indultos de Menem. Volvieron a encerrarlos. La pregonada Reconciliación Nacional fue finalmente ilusoria. Derivó en una pausa, un artificio de transición que duró 12 años. La clausura de la época trágica iba a culminar en la renovación del perpetuo enfrentamiento.
Variables de ajuste
Precisiones parroquiales. Con los indultos, Menem cumplía. Aunque la “familia militar” siempre le desconfiara. Cumplía con los rezagos financistas de la organización Montoneros, que lo había apoyado, en 1988, para vencerlo a Antonio Cafiero. La “familia insurrecta” pretendía reintegrarse. Circular. De ser posible jurar en ministerios. Aparte, la transformación económica que sin anestesia se producía en los años 90, con su festival luminoso de privatizaciones, no podía transcurrir con el desfile simultáneo y cotidiano de los coroneles, por los despachos judiciales. Téngase en cuenta que aquel Menem contaba con el suficiente poder para imponer el consenso. Concentraba la toma de decisión. Y durante la década no se registró la osada valentía de ningún gaucho. Nadie que rechazara la simple propuesta electoral. Que por ejemplo dijera: “no puedo figurar en la lista del presidente que libera genocidas”. El reproche se sentiría sólo cuando le declinaba el poder. Se agotaba el ciclo. Kirchner, en cambio, con la liquidación de los indultos sacaba la chapa definitiva de humanista. Se dejaba arrastrar por la genialidad de seducir a la izquierda, la que siempre denunciaba (y transformaba la gestión en calvario). Así como Menem no podía encarar la transformación con los militares descontentos, Kirchner no podía emprender la proeza recaudatoria con la izquierda enfrentada. La necesitaba adentro. Captada. Para incorporarse y apoyar, la izquierda progresista reclamaba justicia. Que se traducía por presos. Entonces Kirchner les suministró los presos que necesitaban. Les cedió reconocimientos y lugares. Y pudo dedicarse a recaudar en paz. En definitiva, las derivaciones humanas de los sujetos, los que envejecían después del fracaso, se convertían en meras variables de ajuste.
A la sobreactuación de Menem los militares le sirvieron en libertad, siempre con el pretexto superador de la Reconciliación Nacional, la fórmula ideal para hacerse gárgaras. Y con el amparo moral, la piedad permanente de la Iglesia. A la sobreactuación de Kirchner, rodeado por el favoritismo de los humanistas reivindicados, le sirvieron presos. Los culpables languidecían en la mazmorra de Marcos Paz, o relativamente privados en algún regimiento. O en el ostracismo domiciliario.
“Alguien del palo”
Al agotarse escandalosamente el ciclo de los bolsos kirchneristas, “la familia militar” sintió que recuperaba, de pronto, la fe. Cuando se impuso “alguien del palo”, Mauricio Macri. El Presidente que consideraban propio. Al que respaldaron, incluso, desde el fanatismo. Hasta convertirse en una carga. Cabe consignar que el 99,9% de la “familia militar” apoyó sin retaceos a Macri. Aún mantiene inalterable la vocación, aunque no se acierte con el rumbo económico. Ni les resuelvan la situación sectorial. Que se continúe con la persistencia de los presos que resisten, obstinadamente, la lícita tentación de morirse. Al contrario, en la familia militar apuestan por el regreso de sus presidiarios a la luz. Se aguarda, según nuestras fuentes, la reciprocidad. Sin darse cuenta, acaso, que pese al descalabro, del kirchnerismo queda en pie la política de los Derechos Humanos. Entre la algarabía de la demolición, costaba percibir que el tratamiento de la problemática humanitaria era lo único que nadie, en el fondo, cuestionaba. Como si la sociedad descontara que se trataba de una “política de estado”. Y que la cuestión de los “presos de lesa” , en adelante, sólo era importante para los miembros de la familia del condenado. Y para la soledad institucional de la Iglesia, insistente hasta la impotencia. Y para un conjunto de abogados que no cesaban en pugnar por el objetivo de la Concordia. Abogados que también apoyaban, con las dos manos, a Macri. ¿A quién, si no? Aunque pasaran los meses y se avanzara poco y nada en la cuestión de las libertades. Pero aceptaban, eso sí, los cambios esporádicos en el trato. El clima más distendido. Con perfil bajo, algún preso recobraba la libertad, mientras otros largos septuagenarios pasaban, sin el menor ruido, a los domicilios. Y a todos se les comenzaba a atender las enfermedades. Era bastante.
Imbatible legitimidad
Hasta la sanción del “2 por 1”, y con el score de 3 a 2. Cuando la Corte Suprema sintonizó con la cruzada reconciliadora de la Iglesia. Impulsada secretamente, acaso, por la política. Y con algún solemne editorial del medio más adicto. El que apoya a Macri con el mismo tesón que la familia militar. Sentían que Macri, a su manera, cumplía. Sin frontalidad, aunque se esgrimiera que nada tenía que ver con el fallo. Porque el TGR no avanzaba sobre la “justicia independiente”. Pero sigilosamente ayudaba. Retribuía a quienes tanto lo apoyaban. Nadie aún era consciente que, en materia humanitaria, el sistema kirchnerista mantenía su imbatible legitimidad. Por la magnitud de la reacción social, implacablemente adversa, ya no bastaba con escudarse en la justicia independiente. Sin presionarla nunca. Finalmente el colosal dilema armado quedaba reducido al simple arbitrio de los tres cortesanos. La dama digna y mayor, porque procuraba quedarse. Y los dos nuevos ministros decanos, porque debían hacer los deberes que no existían. La suspicacia adquiría el ropaje de la verdad. Del conflicto emergía un exclusivo ganador. El Presidente de la Corte, que había votado en contra. De pronto hasta los propios, los “del palo”, los baluartes sensibles del PRO; los más apoyados por la familia militar, se enrolaban en la degradación colectiva de los cortesanos. Tres destinados, a esta altura, al juicio político. A la degradación espiritual, al deshonor, al fusilamiento por la espalda.
“Los murciélagos nunca ponen el hombro”, confirma la Garganta que esclarece. “Ni siquiera ponen el hombro para dormir. Los murciélagos duermen de pie”.
Aquí impera la ética -sobre todo la estética- de los murciélagos.