La Doctora no va a ir presa y Lázaro no va a buchonear
Los cruzados arrugan
Tío Plinio querido,
“¿No quiere que Cristina vaya presa? ¿Se hizo kirchnerista?” Lo reprochaba la dama indignada de Recoleta, por Posadas. En el comienzo de “El camino de Isabel”, cliquear www.jorgeasisdigital.com.
Se percibe el “arrugue de barrera”. Repliegue indecoroso de comunicadores monotemáticos que vaticinaban, con entusiasmo, que La Doctora iba a ir presa. En cualquier momento. Justicia y castigo. Se extendía la Peste de transparencia (selectiva), cliquear ídem. Pero Los Cruzados, paulatinamente, se recomponen. Retroceden sin elegancia. Como si no existieran los archivos. Ahora sostienen que es “poco probable” que La Doctora vaya presa. Al menos por “este año”. “El gobierno teme una reacción”. Lo sugiere por televisión otro cruzado, en un diálogo de cruzados transformados en jubilados quejosos de Plaza Irlanda. Lo reconfirma también otro cruzado que aseguraba, en emisiones televisivas, que la onda de detenciones era “imparable”.
Por sostener que La Doctora no iba a ir presa, que con el dólar del futuro y la hotelería no alcanzaba, el cronista, tío Plinio querido, generó sospechas. Por sostener que “la línea de corte” llegaba, a lo sumo, hasta Lázaro. Y sugerir que El Resucitado no iba, para colmo, a arrepentirse. Ni a transformarse en otro objeto de culto, como Fariña. Hasta el egregio papelón, los comunicadores militantes, como los articulistas panorámicos de domingo, se sintieron defraudados cuando el preso, Lázaro, se les destapó como un “no buchón”. “Podía haberse arrepentido y no lo hizo”. Se lo reprochaban con dolor los cruzados, seriamente afectados por el “síndrome TN”.
Leñadores
Un conjunto de “amigos”, sorpresivamente recargados de odio, de los que mitifican “la grieta” en los bares, dejaron de considerarlo, tío Plinio querido, al sobrino. Como todos los valientes cruzados, invocadores de la Justicia, veneradores de San Bonadío, necesitaban, para el consuelo espiritual, verla presa pronto a La Doctora. Sostenían que el cronista ya era un tardío defensor del kirchnerismo. “¿Cuánto le habrán puesto?”, sugirió un colega embajador, de historia congelada, y sin gastos de representación.
Los “amigos” devaluaban el pretexto moral del buen leñador. De ser como los leñadores que nunca talan árboles caídos. Porque prefieren serruchar sólo árboles de pie. Sin embargo, en el país rebosante de garcas, conviene avanzar sobre el poderoso solo cuando se cae. Virtud que ponderan los tiempistas.
Consta que algunos cruzados, autodenominados “republicanos” en comidas solemnes, atravesaban por el jacobinismo estremecedor. Seres mansos que no podían admitirlo: fueron gobernados durante ocho años por La Doctora. Los republicanos adolescentes ahora querían sangre. Reclamaban presos. Para aliviarse y dormir en paz.
Enojados con la vida
La ecuación calcada no debía fallar. Si se fue crítico del kirchnerismo desde 2003, a partir del 10 de diciembre de 2015, automáticamente, se debía ser macrista. Sin criticar, siquiera, al Tercer Gobierno Radical (cliquear ídem). Menos a su presidente, Mauricio Macri, que pasaba, pese a las noticias de Panamá, desde la plata al bronce. En el asombroso“cambio de metal”, cliquear ídem. Si se le ponía algún reparo a Mauricio era porque se inclinaba por lo peor. Por lo superado. O sea por el kirchnerismo, que durante cinco meses permitió que imperara el efecto desastrosamente comparativo (cliquear ídem). Que se extingue. Va a haber que inventar otra idea fuerza. Y hasta en las mesas sobrias de los analistas refinados, en cuanto se observaba algo reprochable en el macrismo, algún inteligente se apresuraba, por las dudas, a exclamar: “Pero esto es mucho mejor de lo que teníamos antes”.
Otro “amigo” no pudo admitir que se dijera, por televisión, que La Doctora no iba a ir presa. O que Lázaro, tío Plinio querido, no iba a buchonear. Por WhatsApp el “amigo”, con buenas intenciones, criticó: “Cambiaste, no te agiornaste, sos público y tenés que dar lo que la gente quiere tener y escuchar de vos…”. El mensaje expresivo no se borró. Queda inmortalizado en la memoria del Samsung, para la antología de la instancia atroz.
Pasó también con otro “amigo” de rencor recargado, injustamente enojado con la vida. Fue en una cena social que no admitía agresiones. Pero los brotes de odio le impedían al “amigo” disfrutar de la fainá caliente, humeante de muzzarella (su mujer, más inteligente, trataba de contener el desborde). Decía que el cronista se había quemado al “decir que iba a ganar Scioli” (cuando todos estaban seguros que iba a triunfar Macri). Y por no reclamar, como correspondía, la cárcel para La Doctora “que hizo tanto daño”. Y (que esté presa) “es lo que la gente quiere”.
Veneración a Martínez Estrada
Los virajes del oportunismo emocional evocan aquella noche de verano en que el cronista terminó de brindar cierta charla profesional. En los jardines vibrantes de una amplia casona privada de Pilar, colmada de mujeres esculturales, escotadas para la sensualidad, con entrenamiento de country. Todavía era presidente Kirchner, El Furia. Por entonces se despachaba en librerías “La Marroquinería Política” y “El Descascaramiento”. Días en los que no abundaban los críticos. Sobre el final se acercó, con su mujer, un señor regordete de rostro amable, en pantalón blanco y remera blanca, con huellas de sol concentrado en el rostro. Dijo: Fui uno de los que lo escrachó a usted en Posadas y Rodríguez Peña, pero quiero decirle que hoy estoy muy de acuerdo con usted”. Como lo sabe, tío Plinio querido, el sobrino es bastante soberbio. Lo suficiente como para responderle: “Gracias, pero sepa que prefiero tenerlo de enemigo. Así perfectamente mañana puede volver a escracharme”.
Es curioso. Por haber sido un crítico prematuro del kirchnerismo, una extraordinaria legión de neo-gorilas paquetérrimos creyó, tío Plinio querido, que era como ellos. Pero es un dilema insoluble. Porque uno es sólo de uno y nunca, en definitiva, es de ellos. Como ellos. Es en situaciones semejantes es donde se exalta la valoración intelectual del maestro Ezequiel Martínez Estrada. Colega superior. Hubiera sido fascinante conocerlo. Martínez Estrada fue de los principales críticos del peronismo. Pero cuando irrumpió la mediocre brutalidad de La Revolución Libertadora, se dio cuenta de inmediato que la solución era mucho peor que el problema. “Amargura metódica”. Leer Ferrer. Vale.
En esta historia cíclica, debe entenderse que todos los procesos terminan, tío Plinio querido, invariablemente mal.
En coma judicial
En realidad, parece que los cruzados ya se dieron cuenta que meterla presa a La Doctora es, ante todo, un error político. Ni siquiera sirve como acto vengativo de justicia. “Ni viva ni muerta, mejor moribunda”. Lo escribió Edgar Allan Poe. Recreado para el teatro por Abelardo Castillo, en Israfel. s como prefieren mantener a La Doctora. Para marcar su presencia y separar las diversas franquicias del peronismo. La estrategia de largo plazo llega a 2017. Ni activamente viva ni políticamente muerta. Mejor es mantenerla moribunda. En coma judicial. Sofocada entre las imputaciones, las indagatorias y los procesamientos.
Presa, La Doctora sirve, apenas, para la catarsis irracional de los cruzados (que hoy emotivamente arrugan). Para los regadores del odio recargado. Brotan desde las capas medias hacia arriba. Para estudiarlos desde la sociología, desde la misericordia o desde la teología. Aunque basta con el coyuntural análisis político.
Dígale a Tía Edelma que la Bruja, la que vale, confirma que Mauricio, aunque haya aprendido a relajarse, tiene que extremar sus cuidados en julio. Si pasa julio sin graves moretones, podrá para septiembre equilibrarse, sin abusar tanto del mantra. Una liviandad.
Y dígale que hoy, 23 de mayo, si puede, le prenda una vela a la Madonna della Pieta. De esto Tía Edelma sabe.