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El cambio ha sido profundo y drástico

Necesidad de un amplio acuerdo económico y social

Hace sólo seis meses, ni siquiera el propio Mauricio Macri podía imaginar que concretaría su sueño de ser presidente de la Nación por una diferencia como la que obtuvo en las urnas.

Se revela ahora que en esos 180 días, que constituyen un período ínfimo en la historia de un país, la sociedad argentina fue elaborando en silencio una decisión política que comenzó a asomarse en la primera vuelta electoral del 25 de octubre. Seis meses atrás, el kirchnerismo se mostraba fuerte, avasallante como siempre, redoblando apuestas en la economía, fijando posiciones cuestionables en el campo internacional y en objetivos estratégicos como el copamiento partidario de la Justicia.

Tenía entonces variantes para designar a sus candidatos, pero quizá la soberbia derivada de la fortaleza con que el poder rodea y convence a los gobernantes de ser invencibles hizo minimizar ese trámite. El kirchnerismo en su conjunto, que siempre delegó, aceptó y aplaudió las decisiones de Cristina Fernández, no supo advertir que los procesos de sucesión política en regímenes de fuertes personalismos son mucho más complejos que lo imaginado por la mayoría. Tuvieron que aceptar como candidato a Daniel Scioli, a quien siempre emparentaron con los adversarios, y construyeron la consigna “el candidato es el modelo”. Los resultados están a la vista.

El armado. También seis meses atrás, la oposición era un grupo de expresiones aisladas, cargadas de egoísmo y temerosas de ceder protagonismos. Uno tras otro, los intentos de unificación fracasaban y los tiempos para encontrar un oponente serio al kirchnerismo se iban agotando. Ante la proximidad de las elecciones primarias, no fueron pocos los sectores que reclamaban un acuerdo electoral de centroderecha entre Macri y Sergio Massa.

No se veía por entonces otra posibilidad para enfrentar con alguna posibilidad de éxito al gobernante Frente para la Victoria, pero ambos siguieron adelante con sus proyectos personales. Los dos plantearon la necesidad de un cambio, mientras el kirchnerismo instaba a profundizar el proyecto y obligaba a Scioli a no diferenciarse del discurso oficial. Eso fue determinante para establecer la opción: continuidad o cambio.

El proceso de construcción de una alternativa válida por parte de Macri no tiene casi antecedentes.

Más allá del valioso aporte de Ernesto Sanz a la cabeza de un radicalismo con elevadas dosis de desconfianza, y de Elisa Carrió al frente de una menguada Coalición Cívica, el PRO transitó un camino nuevo en el sistema de partidos. Desde los sectores más ideologizados, se lo calificó de representante de la anti política, sin advertir que se trataba simplemente de otra política.

Otro discurso. Bajo ese concepto, de que en la diversidad del pensamiento lo que no es igual necesariamente no es anti, Mauricio Macri hizo política con otro lenguaje y con actitudes más conciliadoras. A la par, la radicalización del discurso kirchnerista contribuyó a exacerbar el rechazo social a formas autoritarias y vanidosas de ejercer el poder. El aplauso permanente de la militancia y los elogios fáciles de un “periodismo amigo” que perdió rápidamente los rieles de la profesionalidad, contribuyeron a distorsionar la realidad hasta extremos de ficción.

Tanta mentira, tanto agravio a la más mínima crítica y tanto avasallamiento del natural disenso democrático colocaron a millones de argentinos en un lugar que tal vez no querían ocupar. No hubo alternativa: o se era oficialista o se era opositor y expuesto al escarnio por antipatria, gorila o derechista. O todo eso a la vez.

El desafío. Esos antecedentes no permiten decir que el triunfo fue sólo un mérito de Mauricio Macri. Sin el aporte de los increíbles errores políticos de Cristina Fernández, la victoria no hubiese sido posible. Desde la designación de los candidatos hasta la creación de una burbuja en la que quedaron encerrados millones de argentinos de buena fe, que creyeron estar viviendo una épica revolucionaria y se sumaron con entusiasmo a militar por el proyecto. Ese activo fue ganado por la decepción y la tristeza. Los choques con la realidad, en política como en la vida, suelen ser frustrantes.

Sí será mérito del presidente electo, entonces, establecer vínculos de contención para esos sectores, habitantes con los mismos derechos y las mismas obligaciones del universo democrático. Se espera que los dirigentes que comenzaron a despedirse del poder estén a la altura de las circunstancias y no se conviertan en obstáculos para una convivencia civilizada.

El cambio producido por la sociedad argentina ha sido profundo y drástico. Macri tiene en sus manos las mejores esperanzas y los mejores sueños del pueblo. Nada menos.

Comienzan los verdaderos desafíos

Con el resultado electoral, el país comenzó a crucificar falsos apotegmas económicos instalados en los últimos ocho años por el kirchnerismo, que llevaron al estancamiento y a la conocida dilapidación de las reservas.

Sin embargo, cuando pasen los festejos quedará en la economía un largo camino de conflictos y tensiones cuya administración dependerá del presidente electo, pero también de las últimas maniobras del Gobierno que se retira. Esa ruta de problemas, en la que se destaca antes que nada la falta de divisas, puede resumirse en varios escenarios.

El primero llega hasta el 10 de diciembre, fecha de traspaso del mando, con el sistema financiero, industrias y comercios en plena actividad. Es posible que los mercados interpreten el cambio de clima con una fuerte suba de títulos y acciones, motorizada por el ingreso de capitales que, en un sistema chico como el argentino, mueve el amperímetro. El valor del dólar estará también en esa conversación cortoplacista. 15 pesos por unidad es un número de confluencia entre el paralelo y el contado con liquidación. Todo lo que “devalúe” el Gobierno hasta el 10 achicará la brecha. Son también días calientes, por ejemplo, para el sector público y las empresas que deben juntar plata para sueldos de diciembre y medio aguinaldo.

Hecho el traspaso, vendrán decisiones que dominarán el primer semestre de 2016. Los bancos internacionales ya trabajan por un acuerdo con los holdouts que facilite a Macri el acceso a los mercados de capitales. Pero el kirchnerismo tiene cosas que decir, porque hay leyes que lo impiden.

Con el anunciado recorte de retenciones y alguna mejora cambiaria, exportadores y campo están prestos para volcar 20 mil millones de dólares. Es difícil que gotee algo de esa billetera antes de que se vaya Cristina. En esa etapa, entrarán, asimismo, las primeras decisiones vinculadas con los subsidios tarifarios y con la necesidad de mantener vivo el consumo, estrategia rendidora en lo político. Luego vendrán las reformas de largo plazo. Después de que vuelen los mercados, comienzan los verdaderos desafíos.

Necesidad de un amplio acuerdo económico y social

El ciclo que concluye realizó un importante aporte en la continuidad de una política que valora los derechos humanos como parte esencial de la democracia, al tiempo que impulsó nuevas conquistas sociales, en especial para las personas adultas y la protección de niños y jóvenes.

Por contrapartida, la presidente Cristina Fernández alentó una profunda división entre los argentinos y deja una pesada herencia económica. Serán los primeros y más grandes desafíos de la futura administración. Es de esperar, no obstante, que facilite la transición institucional, sin provocaciones ni decisiones que desde ya corresponden al presidente electo.

Más allá de las palabras de unidad expresadas en medio del festejo, Macri tendrá que hacer una convocatoria sustancial para que los argentinos depongan–de modo constructivo–los antagonismos y odios incubados en los pasados años. La incertidumbre que plantea un mundo sacudido por los extremismos y las necesidades en la sociedad argentina no admite más peleas ni divisiones.

Junto con ello, sobrevendrá el desafío de la gobernabilidad, ya que el nuevo presidente asumirá con un poder territorial repartido entre oficialistas y opositores, una Cámara de Diputados de la Nación en la que serán necesarios acuerdos básicos hasta para obtener quórum y un Senado controlado por el kirchnerismo. El diálogo y la búsqueda de consensos mínimos se pondrán a prueba desde el 10 de diciembre para atender las demandas internas y el complicado frente externo que afronta la Argentina en cuanto a su inserción en un mundo que le ha ganado en competitividad en casi todos los terrenos. Un mundo, además, crecientemente complejo por el avance del terrorismo y por los desequilibrios regionales. Una política de expansión de la economía no puede descuidar la enorme situación precaria que atraviesan más de 10 millones de argentinos, además de que un tercio de la fuerza laboral se encuentra sometida a la informalidad, sin coberturas de salud y previsional garantizadas.

La necesidad de un amplio acuerdo económico y social aparece como impostergable para asumir el desafío de corregir el descalabro en las cuentas públicas–que mostrarán un déficit inédito en la historia económica–, las escasas reservas reales en el Banco Central, la distorsión de precios relativos, con especial impacto en la cotización del dólar, y la política de tarifas en los servicios públicos y de subsidios a los sectores económicos.

Es posible que las mieles de la victoria se agoten pronto y aparezcan los sinsabores de administrar una pesada herencia. Pero cualquier tarea no dará los frutos esperados si no se empieza por reconstruir el tejido social y alentar el reencuentro entre los argentinos.


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