Pérdida del empleo: El primer eslabón de ruptura del tejido social
La presidente Cristina Fernández suele usar una batería de datos estadísticos, que arroja números positivos para la gestión del kirchnerismo en casi 12 años de gobierno. Sin embargo, esos indicadores son comparados siempre con los de 2001 y 2002. Años en los que se produjo una de las caídas económicas más profundas en la historia argentina.
En cambio, si la Presidente acudiera a cotejos más recientes, debería admitir que la cifra del empleo formal cayó 0,2 % el año pasado en comparación con 2013. La baja sería más pronunciada si el Estado no hubiera creado una enorme cantidad de puestos de trabajo.
En la industria, la situación es preocupante. Se perdieron 24 mil puestos que son multiplicadores de riqueza. La producción fabril ocupa a casi el 19 % de los trabajadores en el mercado laboral.
El sector más afectado fue la industria automotriz, donde se resignaron casi 6 mil empleos, si se suman los puestos en las terminales, las autopartistas y el sector carrocería.
Las perspectivas no son alentadoras a mediano plazo, pues la industria se mantuvo a la baja en enero y febrero últimos. La consultora Manpower Argentina prevé una caída de la demanda laboral en el trimestre próximo en relación con 2013. Para otras consultoras el índice de demanda retrocedió 5,1 % en febrero en comparación con igual mes de 2014; y 0,3 % sobre enero.
El panorama se completa con un empleo informal que afecta al 34 % de los trabajadores. La mitad del plantel de ocupados lograba–a fines del año pasado– una remuneración menor a 5.500 pesos mensuales, según el Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec).
La Nación no menciona estos datos ni halla las políticas que permitan recuperar el crecimiento y la generación de puestos de trabajo de calidad. La baja de las exportaciones en el primer bimestre es otro dato negativo.
Las “cadenas de la alegría”–como ha definido Cristina Fernández a sus intervenciones por cadena nacional–no aluden a estos temas, o en ellas la Presidente se limita a lanzar dudosos planes de aliento al consumo, que pueden tener una respuesta efímera para la marcha de la macroeconomía.
Si se ignoran estas cuestiones o se las mide de modo inadecuado–como sucede con los indicadores de pobreza, que no preocupan al ministro de Economía, Axel Kicillof–, será difícil poner en marcha la estructura del Estado para dar mejores respuestas.
La pérdida del empleo es el primer eslabón de ruptura del tejido social. Caer luego en la pobreza o en la miseria es sumergir aún más la condición humana. La Argentina no lo merece, por historia, cultura y riquezas.
Por debajo de la inflación
Los números de cierre del año pasado no hicieron más que ratificar que en 2014 el poder adquisitivo de los trabajadores formales retrocedió varios escalones.
Según el Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec), los empleados registrados del sector privado terminaron 2014 con un sueldo de bolsillo, promedio, de 6.504 pesos.
Los datos de la distribución funcional del ingreso, que surgen de la base del Sistema Integrado de Jubilaciones y Pensiones (Sipa), reflejan un alza interanual de 35,4 % en los salarios “en blanco”, siempre considerando el promedio del sistema.
Por lo tanto, se confirmó que la evolución de los ingresos estuvo por debajo de la inflación, que según mediciones privadas, se ubicó entre 36 y 38 %.
Pero los salarios también perdieron en términos relativos, es decir, al contrastar el poder de compra de los sueldos para determinados bienes.
Autos. Una de las comparaciones habituales es con los autos cero kilómetros. El año pasado se necesitaron más sueldos, incluso, para comprar unidades que no quedaron alcanzadas por el incremento en los impuestos internos.
Para la relación se consideraron los cinco vehículos nuevos más vendidos en el país durante 2014: Volkswagen Gol, Renault Clio, Fiat Palio, Chevrolet Classic y la Ecosport de Ford.
En todos los casos, al cierre del año pasado hacían falta hasta dos sueldos adicionales para comprar el mismo auto en comparación con los precios y salarios de finales de 2013.
Eso ocurrió porque, mientras los salarios subieron 35,4 %, los valores de las unidades nuevas treparon, en igual lapso de 41 a 63 %.
En este rubro impactó la obligación para todos los vehículos de tener, desde el inicio de 2014, doble airbags delanteros, sistema antibloqueo de frenos (ABS) y apoyacabezas laterales, medidas que elevaron los precios.
El menor desequilibrio ocurrió con el VW Gol Power (5 puertas), que pasó de 66.500 a 94 mil pesos, por lo que al fines de 2014 se necesitaban 0,4 sueldos más para comprarlo en comparación con diciembre de 2013.
La brecha, en cambio, se amplió hasta 2,2 sueldos para el Chevrolet Classic Spirit LS (4 puertas), cuyo precio creció de 83.300 a 135.900 pesos.
En los ejemplos se tomaron los precios oficiales a diciembre de 2013 y 2014 informados por la Asociación de Concesionarios de Automotores (Acara).
En algunos casos, a raíz de que se discontinuó la fabricación de algunos modelos, se consideró la versión más barata.
Menos ladrillos. Con la construcción pasó algo similar. Después de la devaluación de comienzos de 2014, la relación con los salarios se distorsionó de tal manera que no pudo equilibrarse en el resto del año.
En el último trimestre de 2013 el valor promedio del metro cuadrado era de 4.614,28 pesos. Un año después, ese indicador se ubicaba en 6.364,35 pesos. La suba: 38 %, mientras que los salarios formales subieron 2,6 puntos menos.
En este cálculo se toma como referencia los materiales para levantar una vivienda social de 50,25 metros cuadrados cubiertos. Por lo tanto, los precios son casi un punto de partida.
Así en 2014 se necesitaron 0,6 sueldos adicionales para levantar la misma casa, cuyo costo pasó, en números redondos, de 232 mil a casi 320 mil pesos.
Si bien la diferencia suena leve, la brecha se mantiene desde los últimos años, cuando se quebró la relación positiva que hubo tiempo atrás.
Salarios, inflación y paritarias
El salario perdió frente a la inflación real en 2014. Los sueldos “ganaron” sólo contra los “precios cuidados”, que recién desde este mes suman 476 artículos. No alcanzan para todas las necesidades.
Como muestra, tres botones: el consumo privado cayó 2,2 % según la consultora Kantar Worldpanel; la compra de alimentos, bebidas y de otros artículos retrocedió 2,4 % en supermercados y autoservicios, según CCR; la empresa Molinos Río de la Plata–la número uno en alimentos en el país–, admite que las ventas cayeron en los últimos 12 meses. Sólo se salvan fideos y arroz (sirven para llenar “la panza”).
Los sindicatos quieren recuperar poder de compra frente a una inflación proyectada del 25 %.
Pero los metalúrgicos, los de la alimentación, transporte y petroleros, con mayor número de afiliados y capacidad de protesta, pretenden mejoras que estén por encima del 42 %. En ese cálculo incluyan una suba salarial de entre 30 y 32 %; el resto será para absorber el Impuesto a las Ganancias. Algo así como “privatizar Ganancias”. La parte del excesivo impuesto que deben pagar los trabajadores–por la negativa del Gobierno en reconocer la inflación en el mínimo no imponible y en las deducciones–será afrontado por las empresas.
Las compañías no aceptarán ese pedido. El titular de la Unión Industrial Argentina (UIA), Héctor Méndez, amenazó con correrlos con “un patadón” a los que demanden un aumento superior al 40 %. Sugirió que su sector, que hace 15 meses tiene números en rojo (según datos del Indec, las consultoras privadas calculan 19 meses), sólo podrá pagar algo más del 20 %.
No hace falta ser un economista para imaginar que el mayor costo de la mano de obra formará parte del precio de cualquier producto o servicio. Una inflación más alta termina encareciendo los productos de la canasta básica de alimentos–que mide la línea de indigencia (miseria) –y los de la canasta básica total (incluye alimentos y servicios), que fija la línea de la pobreza.
El ministro Axel Kicillof, y el titular del Indec, Norberto Itzcovich, enarbolaron ahora la teoría de que “es muy difícil medir la pobreza”. Y no lo hacen desde el segundo semestre de 2013, cuando comenzó a incrementarse el número de pobres. Antes, sí la medían y aludían a la notable reducción de pobres que había logrado el modelo nacional y popular. Por supuesto, siempre en comparación con los datos cuando el país tocó fondo (2001 y 2002).
Ecolatina (Marco Lavagna) y los técnicos de la CGT de Moyano se encargaron de medirla: 27 % (10,8 millones de argentinos están en la pobreza) y 29 % (11,6 millones), respectivamente.
Junto a esas cifras, otro dato preocupante. Aunque el tema está alejado de los indicadores económicos, entre los candidatos para las próximas elecciones hay mucha preocupación por el avance del narcotráfico. Este, a través de sus punteros, avanza en el control de los centros de atención social (dispensarios, cooperativas, centros comunitarios) de los sectores más humildes. Que están sumergidos en la pobreza.