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(19/07/2021) - OPINIÓN. CUBA Y LA "HEMIPLEJÍA MORAL" DE LA POLÍTICA

Las protestas en la isla exhibieron una nueva etapa. El posicionamiento de distintos sectores, sesgado por lentes ideológicas.

Alberto Fernández con Díaz-Canel en su asunción. | Foto:CEDOC


Por Claudio Fantini


Como si en el Medio Evo se hubieran atrevido a negar públicamente la “santidad” de la iglesia, en Cuba se atrevieron a contradecirle rezos, dogmas y liturgias al Partido Comunista. “No más mentiras…no mas doctrinas, ya no gritemos patria o muerte sino patria y vida” tararea con ritmo de rap un océano de jóvenes que no quieren hincarse ante consignas sacrosantas de la ideología imperante. Al ascetismo franciscano que padecen, no lo viven como una virtud revolucionaria sino como la calamidad causada por una economía improductiva y una burocracia incompetente.

Saben que el bloqueo suma penurias, pero no ignoran que el régimen lo usa como coartada para ocultar sus ineptitudes y la inutilidad del sistema. El caso no es idéntico pero Taiwán también es una isla a la que China, su gigantesco vecino, le aplicó bloqueos de todo tipo, incluido privarla del reconocimiento internacional como Estado independiente, y en esas circunstancias se convirtió en una potencia económica.

Es lógico y justo denunciar la inútil y nociva política norteamericana contra el régimen. Pero no es ni lógico ni justo propalar la coartada de la casta burocrática imperante culpando de todos los males a Estados Unidos. Cuba desenmascara hipocresías y complicidades. Alberto Fernández eludió cuestionar la represión pero cuestionó el bloqueo, un par de meses después de que había publicado su preocupación por la represión en Colombia. A su vez, Jair Bolsonaro critica la represión a quienes piden libertad, pero defendió públicamente como legislador y como presidente el golpe de Estado de Castelo Branco contra Goulart y la dictadura que instauró, llegando a la aberración de hacer apología del coronel Ustra, el mayor torturador de aquel régimen. En España, para la izquierdista Unidas Podemos “en Cuba no hay dictadura”, mientras que el ultraderechista VOX califica de dictadura al castrismo pero se niega a hacerlo con el franquismo.

Es simple: los que reprimen brutalmente son represores, los que torturan son torturadores, los que censuran son censuradores y los que imperan sin pluralismo ni libertades públicas e individuales, son dictadores. Es evidente para cualquiera menos para los adictos al ideologismo. Por izquierda y por derecha, las ideologías pueden conducir a lo que Ortega y Gasset llamó “hemiplejía moral”.

En Cuba había un incipiente sector privado que integraban quienes habían dejado sus puestos en el estado para abrir en sus casas mini-hoteles o restaurantes, entre otros emprendimientos. Los estranguló el torniquete que aplicó Trump, clausurando las flexibilizaciones que hizo Obama para alentar el surgimiento de un empresariado privado. A eso se sumó la pandemia, frenando la única turbina económica que funciona: el turismo. Sin ingreso de dólares se agravó la escasez de alimentos y medicamentos. Pero antes de todo eso, la economía era débil y obsoleta. El covid desnudó la paradoja de un sistema que puede crear vacunas pero no producirlas a escala industrial para vacunar a su población a tiempo. Todo eso detonó la indignación contra un régimen que sólo es competente para reprimir y para producir propaganda. Pero lo relevante es que las manifestaciones mostraron que Cuba está en un nuevo capítulo de su historia. Cuando la gente se atreve a desafiar los mecanismos que inhiben las protestas desde que comienzan a incubarse, crece la sensación de que la rebelión popular triunfará sobre el autoritarismo. No es poco desafiar la red de delaciones que caracteriza al totalitarismo. En Cuba, uno de esos dispositivos está apenas disfrazado: los CDR (Comité de Defensa de la Revolución) que agrupan a los vecinos bajo el mando de quienes, en los hechos, actúan como comisarios políticos de cada cuadra en los barrios de todas las ciudades. Los mecanismos de delación activan instrumentos solapados de castigo. Por eso cuando la gente supera el miedo y se lanza a las calles atravesando ese terreno minado, se genera la sensación de que las protestas triunfarán.

Es lo que ocurrió en Polonia cuando Lech Walesa y el sindicato Solidaridad derribaron el régimen que encabezaba Wojciech Jaruzelsky. También es el caso de las manifestaciones que empezaron en Leipzig y llegaron a Berlín oriental, derribando el muro y el totalitarismo de la RDA. A la dictadura de Ceausescu en Rumania la tumbaron las protestas que habían comenzado en Timisoara. Pero no siempre triunfa la protesta. En China, los tanques que envió Li Peng a la Plaza de Tiananmen la aplastaron. Había antecedentes de victorias de la represión sobre la protesta social. En 1956, el partido comunista húngaro doblegó a sangre y fuego las manifestaciones en Budapest y doce años después los tanques soviéticos arrasaron la rebelión checoslovaca que defendía la apertura política y económica bautizada “Primavera de Praga”.

Como ha hecho siempre el régimen castrista, el presidente Miguel Díaz-Canel culpó al bloqueo norteamericano de los cortes de electricidad y la falta de alimentos y medicamentos que detonaron el estallido social. Y mandó a reprimir a los “boinas negras”, la fuerza antidisturbios de elite que actúa con inmensa agresividad. Pero la carta más brutal que jugó el presidente fue su llamado a las bases del PCC a salir a las calles para enfrentar a los manifestantes. Díaz-Canel impulsó el choque entre civiles. Y en ese terreno, con internet bloqueado, a la ventaja la tiene el partido porque puede organizar a sus militantes mientras la sociedad tiene cortados los canales de interconexión horizontal.

Internet y la telefonía celular posibilitaron protestas espontáneas como la que tumbó a Ezedine ben Alí en Túnez, Hosni Mubarak en Egipto y Abdelaziz Buteflika en Argelia, pero tanto la dictadura saudita como la de los ayatolas iraníes, pudieron cortar esos servicios a tiempo para interrumpir la comunicación horizontal que posibilita las manifestaciones “auto-convocadas”. Una diferencia entre esta protesta cubana y las de 1994, es que el llamado “maleconazo” se limitó a La Habana, mientras que la actual se originó en San Antonio de los Baños y llegó a decenas de ciudades, incluida la capital. Pero la principal diferencia es que, en esta oportunidad, las consignas hablan de “dictadura” y repiten “patria y vida”, desafiando el “patria o muerte” que lleva seis décadas haciendo rezar el régimen.

Algunos escuchan y valoran esa réplica rapera, mientras otros prefieren aferrarse a su “hemiplejía moral”.


Al fin de cuentas, al diagnosticar esa deficiencia ética y psicológica en uno de los prólogos de La Rebelión de las Masas, Ortega y Gasset explicó que “ser de izquierda, como ser de derecha” puede ser “una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil”.

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